Todos los años (o cada dos años) acabo un libro nuevo. El anterior
fue Charli en Wonderland, del que ya he puesto un par de trozos en estos
blogs –como este...–, y del
anterior, Ojos azules, que data de 2011, también he puesto por aquí
alguna cosa (como esta o esta), pero luego he
finalizado otro que lleva por título El viaje del morisco. Es un libro
de 400 páginas en el que se cuenta una larga historia acerca de un tesoro
(¿es una partida de pescado podrido, una chica o un tesoro de verdad...? ¿O se
trata de abrir los caminos de Castilla a los nuevos transportes de aquellos
tiempos de la mano de los Taxis, acaudalada familia judía que ostentaba el
monopolio de los correos de la época?).
Sea como fuere, pongo hoy este trozo que se podría datar en la
primavera del año 2041, pues es esta una historia que sucede durante dos épocas
diferentes: la transición del siglo XVI al XVII y los años 40 del siglo que nos
contiene.
Lo que sigue sucede durante un atardecer en un muelle industrial
de Ucrania, seguramente a orillas del Ponto Euxino.
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Estoy en el puerto esperando a que vengan
a buscarme, es un puerto industrial y sucio a orillas del mar Negro, con los
zapatos trituro restos de carbón al caminar, carbón entre charcos, y observo
que cierran las naves con estrépito de portones metálicos. He salido de un bar
oscuro, la televisión vociferaba pero aún lo hacían más los parroquianos, ha
acabado la semana y estos seres rubios y desaseados, gente joven que tiene
dinero en el bolsillo y pocas ganas de volver a casa, se comunican en un idioma
incomprensible, el de Ivana. Busco otro establecimiento, aunque tanto me da
pues seguramente encontraré un lugar parecido, caras nuevas y a medio tiznar,
miradas desencajadas por el temprano vodka, pero aquí cuentan sobre todo las
carreras de motos, hay un chico de este país que es campeón del mundo y esta
tarde compite en un lugar lejano, ¿es Malasia?, sí, o si no será Brasil o
cualquier otro punto del vasto planeta, allí se enfrenta a sus rivales, la
suerte será sólo para uno, pero poco importa porque la temporada es larga y la
técnica hará justicia. ¿La técnica o las componendas? En todas partes cuecen
habas, y los deportes no son tales sino amaños de las respectivas corporaciones
de apuestas.
En el aeropuerto, más allá de las
barreras que sólo franqueamos los pasajeros, se me ha acercado un policía y en
un extraño inglés me ha dicho, venga conmigo, por favor. Le he seguido hasta
una sala en la que esperaba un individuo con un grueso mostacho y vestido como
yo, al que he entregado la abultada cartera que llevaba, y en seguida ha
salido. Luego el policía me ha dicho, dentro de un momento le llevaremos a los
muelles. Espere allí a que le llamen; verá que hay muchos bares abiertos, pues
hoy es viernes..., y en la pausa que ha seguido he aprovechado para arrancarme
el bigote. El policía sonríe...
Ya lo he encontrado. Parpadeantes
letreros de neón de colores vivos lo denuncian, y en el interior hay chicas rubias
y jóvenes detrás de la barra, se dirigen a ti como si te conocieran de toda la
vida y en su incomprensible idioma te proponen el pacto del diablo, beer,
please..., ьира..., y bebo rodeado por la muchedumbre, no es muy
diferente este lugar de los que frecuenté hace una semana, cuando estos días
pasados he estado en Londres, porque he estado allí. Hacía tiempo que no iba a
esa ciudad y mi estancia ha sido corta, sólo un viaje de ida y vuelta o poco
más, hay que amarrar los detalles y despistar a los mirones, varios enlaces que
cogí por poco, el billete en el bolsillo y algún topo en el avión
ucraniano, ¿quién será?, quizá esa señora o quizá ese que simula dormir, aquí
no es difícil fiscalizar al pasaje porque las distancias son cortas, este no es
un avión transoceánico lleno de orientales legañosos que llevan dos días de
viaje, ¡ah, la Alhambra...!, dicen, ¡y esa Sevilla y ese Toledo...!, pero todo
ha salido bien, al menos en apariencia, y en la capital de mi nación aproveché
para pasear por lugares que conocí de joven, ahora iré a Portobello, ¿existirán
aún las librerías que conocí antaño?, ¿y los pubs...?, algunos estaban
allí, sí, y otros habían desaparecido, pero aquellos a los que entré habían
sufrido reformas que los volvían irreconocibles, quince años son muchos y todo
cambia de continuo, las mujeres envejecen..., ¿y los hombres?, en uno de
aquellos lugares tuve un amigo cuando era joven y acababa de salir de la
Academia, yo entonces iba con mi chica, él era el dueño de uno de los establecimientos
y nos invitaba a las cervezas, no sé por qué, quizá se debiera a que Alison era
guapa, rubia y sonriente y con los ojos azules, era jovencita y nos reímos
mucho con sus cosas, estudiaba cocina internacional, la comida es lo más importante,
ya, ya lo sé, ¿quieres trabajar aquí?, a lo mejor prosperaba si servía comidas
en vez de bebidas, luego todo cambió y yo me fui de allí, a mi amigo no le
volví a ver y ahora me han dicho que ha muerto, ¿se habrá muerto ella también?,
no, estará cuidando niños en el campo y se habrá olvidado de mí como yo me
olvidé de ella, la he recordado porque he estado en Londres..., y también hablé
con Rebeca desde uno de aquellos muelles del Támesis, dame una semana más, le
dije, haz lo que puedas, pero esta va ser la aventura de mi vida y no voy a
dejarla pasar, cuando vuelva ya os contaré, y ella se va a portar, o eso creo.
Ahora estoy también en un
muelle, un muelle oscuro, la noche cae y paseo por él, espero, y he bebido
tanta cerveza que las facciones de Ivana surgen tras las inmóviles grúas y las
nubes que van y vienen, ¿por qué las veo?, es misteriosa esta querencia de la
mente pues lo mismo me sucedió en Londres, allí me sorprendí deseando
volver..., y es que no tenemos arreglo. No importa que ella sea la mujer de tu
amigo, anida en tu cabeza y surge donde menos te lo esperas, son muy traidoras
las pasiones y te obligan a intentar burlar a quien quieres, aunque todos nos
damos cuenta, unos hacemos como que no lo vemos, ¿no lo ves?, pues resulta
evidente, y el resto mira hacia otro lado y escupe con sorna, me da igual, cada
cual es cada cual, además, yo hago lo propio, todos lo hacemos, y quien esté
libre de pecado..., pero en seguida me distraigo pues más allá de los barcos
negros y humeantes emerge el creciente lunar, sucede durante el atardecer, el
cielo está limpio y oscuro y el sol se ha ocultado, y tras las negras máquinas
del puerto aparece esa línea curva de la que hablan las leyendas árabes, ¿son
árabes?, creo que sí, en Arabia la pintan tras las palmeras de los oasis, luna
tenue y recortada y precursora de la noche profunda que persigue al sol...
Al fin zumba el teléfono que tengo en el
bolsillo y respondo cuatro palabras. En seguida llegarán aquellos a quienes
aguardo, y entre ellos espero hallar alguna cara conocida.