sábado, 12 de agosto de 2017

La novela histórica (6): siglos XVIII al XX


Los asuntos que se encuadran en los siglos XVIII, XIX y XX son también a propósito para este asunto de las novelas históricas, aunque quizá menos interesantes para el lector dada su relativa cercanía. Sin embargo, esta vez no voy a hacer una lista de ellas, que cada cual puede buscar en internet, sino algo mucho mejor. Voy a hablar de un libro (en realidad cuatro, lo que se conoce como tetralogía) que escribí hace años y, sin duda, publicaré próximamente. 



Narraciones históricas de Camargo Rain
Digo todo esto porque el libro completo se desarrolla durante esa época. Comienza en Ciudad Rodrigo (provincia de Salamanca) en 1680, a fines del siglo XVII, y finaliza en una isla caribeña cuando se inicia el siglo XXI, es decir, 320 años depués. ¿Y por qué? Muy sencillo: porque esos fueron los años que vivió el protagonista, niño diablo, hijo del cometa y lobo solitario.
Que nadie piense que este es un libro de magia, o de magos, porque pretende ser un relato tremendamente realista y narrar lo que durante aquellos siglos aconteció a nuestro héroe, a quien bautizaron como Juan Evangelista y personaje que, como es lógico, vivió un montón de vidas. ¿Qué sucede cuando a tu alrededor todo el mundo envejece y tú pareces mantenerte incólume pese al inevitable transcurrir del tiempo?.
Él se encontró obligado a huir de continuo de quienes quería, mujeres, hijos, incluso nietos..., y unas veces escondiéndose de sus semejantes y otras apoyado por ellos, como le sucedió con miss Gold, una de sus mujeres, médica inglesa que le dirigió a la construcción de los ferrocarriles del mundo (lo que sucedió durante los años que mediaron el siglo XIX).
Esta novela, que escribí de cabo a rabo durante seis años, tiene 1200 páginas, y claro es, cuando la acabé (o bastante antes) la dividí en cuatro libros, a saber:
Edad de las tinieblas, es decir los tiempos de la infancia.
Siglo de las luces, el XVIII.
Era de las máquinas, el XIX, y
Perpétuum móbile, el XX.
Juan Evangelista recorrió el planeta entero, dio varias veces la vuelta al mundo y raro fue el lugar que no visitó. La declinante España de los Austrias, la América colonial, la revolución francesa, la española guerra de la independencia, el nacimiento y desarrollo de la revolución industrial, el océano Pacífico, la alborotada Europa de la primera mitad del siglo XX..., son algunos de sus escenarios...
Pero no es esto todo, ni muchísimo menos, pues ¿se hacen ustedes una idea de la cantidad que sucesos que pueden formar una vida de más de tres siglos? No, no se lo imaginan, pero para que puedan leerlo, próximamente la sacaré a la luz. De momento, aquí pongo un trozo. Se trata de algo que él mismo dice al principio del cuarto libro (Perpétuum móbile) con motivo de una conversación que mantiene con alguien. Como es una especie de resumen de su vida, me ha parecido adecuado para poner aquí.

[...]
Aquel fauno, personaje mitológico al que bien podría representar, pues la afición a los disfraces, las bromas y los equívocos era el más acusado rasgo de su carácter, organizaba ocasionalmente reuniones, a las que acudían personalidades de nuestra sociedad, en especial señoras, para invocar a los difuntos, a famosos que yacían exánimes decenios ha y a cuantos héroes antiguos podían recordar quienes asistían. En una ocasión me invitó a una de ellas y me pidió que llegara con antelación, pues deseaba mostrarme algo. ¿Qué era aquello? Pues al punto lo van a averiguar.
El notario de Liébana era aficionado a la cocaína, distracción de ricos y eruditos de aquellos tiempos, y la tarde que digo, en seguida que llegué, tras despedir a los criados y recomendarles que se mantuvieran atentos ante la llegada de los invitados, exhumó los adminículos que para tales cuestiones se precisan y se administró una dosis, y conmigo hizo lo propio. Fue una inyección subcutánea, pues la sustancia se aplica bajo la piel de la mano, y de allí en adelante, pese a que su efecto no fuera por entero de mi agrado –pues de sobra me juzgaba despierto–, me encontré inmerso en un mundo que me recordó a lo que había sucedido (tantos años atrás, pero no diré la fecha, pues demasiadas cifras se han mentado en estos libros) cuando Matatías, el principal de los mayordomos de la marquesa de los ojos violetas, en el curso de uno de los viajes que entonces hacíamos me llevó a conocer lo que se servía a la clientela en los incipientes cafés de la plaza mayor de Valladolid, l'eau heröique. Yo era poco más que un niño, y cuando volví y me crucé con Marifló, mi amada a la sazón, en un pasillo oscuro de la posada que nos albergaba...
Mientras me duró el efecto de aquella droga me comporté de la manera más precipitada, como antaño, y allí, sentados en los sillones de mimbre que amueblaban su mirador, no me importó disparatar sin tino, y llevado por la vorágine que al cerebro procura la absorción de semejante extracto, encontrándome tan acorde con la placidez del momento y lo que me rodeaba, comencé una perorata que me iba a llevar lejos, muy lejos...
–Puesto que se empeña en experimentar conmigo, mientras llegan los convidados le corresponderé con una historia. Es una historia extraña, pero no importa, pues supongo que usted, tan aficionado a lo irregular, la apreciará.
Hice una pausa y dije,
–Yo viajé en el convoy de Indias, sí, y en tiempos muy remotos visité los harenes de los heresiarcas musulmanes que enviaban esclavos a América desde el golfo de Guinea. Allí tuve amores con la negra Esmeralda, muchacha de pocos años de la que llegué a enamorarme, aunque ella prefería a los eunucos... Sin embargo, no se lo reprocho, pues mi fogosidad era propia de la incontenible juventud, y ya sabe usted lo que sucede en tales casos.
El notario me miraba divertido, y yo continué.
–En tierras cercanas al Matto Grosso, por el precio de un inigualable rubí compré una niña que no me quería, y cuando me llegó la edad de la cordura, en vez de enamorarme de mi mujer, como hubiera sido de rigor, lo hice de mi cuñada, Inés, la experta violinista que me instruyó en las virtudes y beneficios de las olas del mar. Luego huí de ellas en pos de la revolución, porque nada es para siempre, y encontré a Isabelle, campesina en París y anónima mártir del progreso. Más tarde a mi mujer inglesa, la divina Alessandra, que me dio dos hijas rubias y con los ojos tan azules que parecían violetas... Sí, eran muy parecidas a mi señora la marquesa, la marquesa de los ojos violetas, a quien en buena hora conocí en su mansión dieciochesca de la plaza fuerte de Ciudad Rodrigo, que usted sabrá dónde está... También podría hablar de Dolores, india pueblo con sangre de extremeño en sus venas, y de Doloritas, que me enseñó a tejer cestos; de la farera del fin del mundo, que llegó cargando con un piano desde su ciudad barroca del imperio austrohúngaro, o de mis amigas oceánicas, Alción y Merope, componentes de las celestes Pléyades, como todos sabemos..., y hasta del aya, que dio su vida por mí, aunque eso sea remontarse a la prehistoria.
Luego, bajo el sol de la tarde, me quedé pensando.
–¿Por qué me habré acordado de las mujeres...?, porque mi vida no se circunscribe a ellas, sino que se extiende por la superficie entera de los continentes, todos los cuales visité..., y lo que he nombrado tampoco es lo más antiguo de lo que podría hablar, pues a mi cabeza vienen las luces de las mil velas que iluminaron las calles por la que discurrió el cortejo que me llevó a la catedral a sacramentar..., hace muchísimo tiempo de eso, y el sistema métrico decimal, que me tocó transportar a tierras de seres atrasados, y la jara de la sierra de la Peña de Francia, cuya resina sirve para fabricar los perfumes ambarinos que mi madre quemaba en las estufas de nuestra casa de la vega del Águeda. ¡Y el niño salvaje también, Silvestre, y el prior del convento de Úbeda!, personajes importantes en mi vida..., y Mendoza, que me llevó a conocer al mensajero de los Dioses y me enseñó a encender fuego con hielo... Podría hablar de tantas cosas que le aburriría, pero no es esta mi intención, así que sólo le mencionaré el final, como fue mi estancia en el océano Índico en persecución de las mil y mil especies de aves que en este planeta existen, la explosión del Krakatoa, la larga y fructífera época de robinsón y el milagroso salvamento por un barco inglés que contra todo pronóstico me ha devuelto a Europa...
Hice una larga pausa, y al final añadí,
–Qué..., ¿qué me dice usted de esto? Algún día escribiré esta historia, pero no sé cuándo llegará el momento –y el notario, suspenso ante la retahíla, soltó la carcajada y se quedó mirándome de hito en hito.
–¿Sabe que es usted un enorme fabulista...? No conocía esa faceta de su carácter, pero podría ganarse la vida con ello, pues lo cuenta como si lo hubiera vivido –e hizo girar en el aire la contera de su bastón, que nunca abandonaba, y luego, tras una comedida pausa, me miró serio y dijo–. Pero ahora, compórtese, que me parece escuchar la llegada de los invitados.
... como así en efecto sucedió, viéndonos de inmediato rodeados de señoras lujosamente vestidas [...]

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¿Qué me dicen tras esta retahíla? ¿Sé o no sé fabular? Hasta el notario se quedó turulato, con lo que él era..., pero en fin, aquí queda la cosa hasta que a estos libros les toque el turno, y pondré una vez más los enlaces a los que ya están disponibles. Si alguien quiere leer algo más no tiene más que consultar los posts anteriores, en donde se dicen muchas cosas.

Ojos azules en versión Kindle =
Ojos azules en papel =
Blog en el que se habla de Ojos azules:

Dios conmigo en versión Kindle =
Dios conmigo en papel =
Blog en el que se habla de Dios conmigo:

En entregas posteriores (en este y otros blogs) seguiré hablando de estos asuntos (la novela histórica), y mientras tanto podéis mirar aquí:

 

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