domingo, 18 de enero de 2009

El cumpleaños de Crucita, segunda parte

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Como dije dos entradas más abajo, pongo lo que falta del decimoquinto cumpleaños de Crucita, pues sólo había puesto la primera parte. Para los que no lo sepan, diré que Crucita (aparte de la protagonista de una de mis novelas, "Crucita y yo", secuela y prolongación de "La efímera vida de Nastasia") es el arquetipo de la niña que nunca se hace mayor, pero no sólo eso. Además podría decir lo siguiente:

Crucita, niña rizosa, poetisa, trigueña, ojizarca...; esto es lo que se dice de Crucita, pero además se dice: chavala espectacular, parlanchina a más no poder y señalada por el dedo del Cosmos, que no es cosa que se vea todos los días. Ser privilegiado, en suma, cuyas andanzas son largas y enrevesadas, sí, muy aparatosas y teatrales, y movidas...
Crucita, a quien también se conoció como Maricruz (que es nombre de gallina), o como rubia, bella durmiente, niña pequeña, especie de maciza y otros muchos adjetivos del mismo tenor, nació de unos seres que se querían; vivió a cuerpo de rey toda su vida; se reprodujo, aunque no sin dificultades, y enfiló el camino hacia adelante con la satisfacción del deber cumplido...
¿Aún me escuchan...? Pues les voy a decir más. Palabras acabadas en culo hay muchísimas, casi todas de cuatro sílabas, y las principales son, báculo, cenáculo, pináculo y tabernáculo; vernáculo, espiráculo y oráculo; o bien, espectáculo, habitáculo, tentáculo y obstáculo...


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(continuación del cumpleaños de Crucita):

La única que no trabajó fue Crucita, pero porque era la homenajeada y no le dejamos ver nada. La recluimos en casa, y en los momentos más críticos en la casita del árbol, mientras los demás nos multiplicábamos para llevar a buen puerto la fiesta del bosque. Parecía difícil porque había bastante tarea, pero resultó que todo el mundo sabía lo que tenía que hacer. Serafín había ido en un coche que andaba por el monte e hizo de transportista. Mis amigas y yo, estrechamente vigiladas por Monticola y ayudadas por el paraguas, que tenía un restaurante en la capital del Principado, cocinamos lo que no está en los libros, hicimos hasta bombones aderezados con polvo de Soconusco, y dos fuentes, y los demás, todos muy divertidos –imagínense ustedes a Palmira en aquellos trajines– montaron un tenderete en un claro del monte desde el que se oía un torrente cercano.
–¿Esto para qué es?
–Es por si llueve.
–¡Ah...!
Una gran mesa en medio y unos cuantos columpios, cuyas cuerdas estaban forradas de guirnaldas de flores y colgaban de las ramas cercanas y más a propósito..., así era el escenario. También llevaron sillas, unas muy grandes y antiguas de madera, y la mesa la vistieron con unos manteles que había que verlos, manteles del Renacimiento, manteles pesados y cubiertos de plata antigua.
–Oye, esto no lo hemos hecho nosotras nunca. ¿Tú cuánto crees que pagaría uno que yo me sé por comer en semejante sitio?
–¡Es verdad! Nunca hemos organizado una comida en un bosque auténtico.
–Bueno, se lo preguntaré a mi tía, a ver qué le parece, aunque ahora le va a parecer bien; estoy segura de que ahora le parece todo bien.
–¿Sí? ¿Por qué?
–Pues porque se ha enamorado.
–¿Quién? ¿Doña Concha? ¿Tu tía?
–Sí, claro. ¿Por qué crees que no está aquí? Ella no podía faltar, pero cuando la llamé me dijo eso, que precisamente ahora...
–¿Qué?
–Pues que no podía venir, que se iba al sur con no sé quién. Creo que es un banquero.
–¿Un banquero...?
–Oye, pero cuidado, ¿eh? No le digáis nada que lo lleva bastante en secreto.
–¡Ay, hija, qué cosas pasan!, es que no acaba una nunca de llevarse sorpresas. ¡Doña Concha enamorada...!
–Bueno, vámonos, que empieza la fiesta. Serafín, ¿nos llevas en tu carroza?
–Señoras, por favor... –y Serafín, con la gorra en la mano, nos precedía.
–Oye, Serafín, ¿de qué es ese disfraz?
–Pues es un uniforme de conductor de la empresa municipal de transportes de Uvieu.
–¡No me digas!
–Sí, me lo han prestado.
–¿Y Juanito y el paraguas?
–Pues Juanito iba de surfista, con la tabla bajo el brazo y el bermudas y la barba roja, y el paraguas se puso un traje.
–¿Pero así, por la cara?
–Sí, por la cara, un traje bastante bueno. Además iba engominado y fumando puritos muy finos, le quedaba bien y era el que más raro estaba de todos.
–Claro, es que en un bosque...
–Sí, desde luego. Oye, ¿y vosotras qué?
–Pues nosotras nos hemos disfrazado de camareras, ¿qué os parece? Bueno, de camareras de bar de alterne pero de camareras, y Monticola de motero.
Hacía muchísimo que no le veía vestido así y seguía dando el tipo, pese a lo mayor que era. Parecía otra vez el de Easy Rider, tanto que las niñas se quedaron admiradas. Llegó al final, cuando ya estábamos todos, subido en una moto muy rara, una moto de las que le gustaban a él –¿muy rara?, si es una Nimbus siete y medio...; ¡ah, bueno!–, y las niñas le miraron con aprobación.
–¿No tendrás mucho calor con esa chaqueta?
–Bueno, pero me aguanto, o me la quito. Además, aquí nunca hace mucho calor.
–¿Y esa moto?
–Pues es una de las del paraguas, que la ha traído para la ocasión. ¿Qué te ha parecido la llegada?
–Bien, muy propia de ti.
–Vale. ¿Empezamos la fiesta, entonces? Venga, ¿dónde están los niños?
–Se han internado en la floresta. Dicen que van a venir en procesión.
–Bueno, Serafín, Juanito, estáis ahí mano sobre mano... ¿No habéis abierto una botella? –y en ello estaban cuando, al otro extremo del claro, se dejó ver la anunciada comitiva, ¡tachán, tachán...!
Aquellos cuatro, disfrazados de manera improvisada y heterodoxa, cargaban a duras penas con unas andas sobre las que llevaban a Crucita vestida de Bella Durmiente.
–Aquí traemos a esta chica que hemos encontrado en el bosque...
–Oye, ¿cómo que a esta chica? Es una princesa, muchacho, una princesa. ¿Tú de dónde eres?
–Yo de Zaragoza.
–¿Ah, sí...? ¿Y tú, Palmira?
–Yo de Gerona.
–¿Y Rocalunar?
–No, yo soy de Cádiz.
–Bueno, pues venga, traed aquí a la princesa y desencantadla. Crucita, mira, que está aquí el príncipe... –y Atahualpa me dio el beso, pero eso no voy a contarlo porque ya lo había dicho antes y se lo espera cualquiera, y además fue un beso cortísimo; mejor cuento otras.
Las camareras se balanceaban en los columpios... No, eso tampoco. Ahora cuento que primero hicimos unos brindis.
–Por Crucita. ¡Salud!
–¿Hoy es tu cumpleaños?
–No, qué va, fue hace una semana, pero da igual; hoy hace buenísimo.
–Ya, desde luego... Pero luego nos bañamos, ¿eh?
–Hombre, claro.
–Oye, Rocalunar, en Cádiz hay una cosa exquisita. ¿Sabes lo que es?
–No, ¿qué es?
–Piensa, mujer...
–¿La manzanilla?
–¡Qué...!, ¿tanta cara de borrachos nos ves...? No, yo me refería al pan de Cádiz. ¿Te suena? –pero resultó que Rocalunar no sabía lo que era.
–Es que me fui de allí de pequeña.
–¡Ah, ya...! Bueno, pues aquí no tenemos pan de Cádiz, que es más bien cosa de Navidad, pero tenemos pan de azúcar.
–¿Y eso qué es?
–Que te lo cuente Palmira, que se puso ciega.
–Sí, es que es buenísimo. ¿Quién lo hizo?
–Pues no sé, lo haría el Rockero.
–Pues es como mazapán; vamos, se parece bastante, aunque no es tan pastoso...
–Pero, hija, ¿tanto te gusta?
–¡Jo, sí, es que es buenísimo...!
–Bueno, pues la próxima vez te voy a hacer pan de azahar, ya verás.
–¿Y bollus preñaus no había?
–¡Vaya que si había! También los hicieron allí, hasta la masa. Los chorizos no, claro, esos los trajeron de no sé donde, y hubo un momento, hacia las siete de la tarde, que estaban Maná y sus amigas balanceándose en los columpios de guirnaldas de flores y los demás empujándolas pacíficamente... Para eso, nosotros nos bañamos en el río y gritamos muchísimo.
–¿Y no estaba el agua helada?
–Anda, claro, ¿por qué te crees que gritábamos?, estaba como siempre pero daba igual, y Tutifruti se entusiasmó. Se tiró al agua en cuanto pudo para perseguir a los fantasmas de su imaginación. Daba saltos y ladraba cada vez que creía adivinar una trucha, para que vean ustedes cómo fue la cosa, y la mesa, al final, cuando anocheció y nos volvimos a casa, todos agarrados y cantando, quedó abandonada llena de restos y los animales del bosque acudieron en tropel a comérselos.
–¿En tropel o en buena compañía?
–Bueno, en tropel no. Seguramente fue en buena compañía porque acudieron animales especializados.
–¿Cómo especializados?
–Pues eso, que cada uno ocupaba un nicho ecológico y los alimentos no se superponían. Primero llegó un ciervo y se comió todas las hojas de roble que habían quedado de la ensalada. Luego un jabalí que se dedicó a hozar en el suelo, lo llenó todo de polvo pero debió de llevarse mucha sustancia, y el buitre y la paloma se encaramaron cada uno en el respaldo de una silla y se miraron con cara de pocos amigos. Sin embargo no hubo problema, porque lo que quería el buitre eran los huesos de las chuletas que había dejado Tutifruti.
–¿También comisteis chuletas?
–Anda, pues claro, y grandísimas. Las hicimos a la brasa.
–¿A la brasa?
–Sí, hicimos una hoguera y asamos todo lo que se nos ocurrió, sobre todo patatas, pimientos y berenjenas de la huerta, y a la paloma lo que más le gustaba eran los granos de maíz, que también quedaban en las ensaladas, y no era maíz de lata o de bolsa de plástico, ¿eh?, era maíz de las gallinas del señor Ramón, que al lado de su casa tenía un maizal muy grande. Lo cocieron y estaba buenísimo.
–¿Y los bombones que estaban aromatizados con pinole de Ultramar?
–No, esos nos los comimos todos. Quedaron unos pocos pero nos los llevamos a casa, y las hormigas, al final, y las arañas, aunque estas sí se pelearon, se comieron las migas que había dejado el jabalí. Lo había dejado un poco revuelto, pero eso a las hormigas y a las arañas no les importa nada, para ellas mejor, pero como había muchísimas se pelearon y ganaron las arañas, ¡claro, como que eran mucho más grandes...!, y, ¿quieren que les hable ahora del alegre mochuelo Agustín?
–¿Cómo mochuelo? Ya sería una lechuza.
–¿Cómo se va a llamar Agustín una lechuza? ¡Sería Agustina...!
–Pues sería.
–No, que era Agustín, me lo vas a decir a mí que estuve allí...
... pero en fin, ya no digo más, ni siquiera del mochuelo Agustín, porque en realidad todo esto último lo soñé aquella noche. Como habíamos comido mucho, corrido por las trochas del bosque en pos de los enanos, luego nos bañamos en el río...
–¿En el torrente?
–Bueno, sí, eso, pero es que había una poza buenísima.
–¿Síii...? ¿Además...?
–Sí, encima, y luego cenamos, no te creas, aunque en casa, de forma que a la hora de irnos a la cama estaba como en una nube. También habíamos bebido algo de sidra, claro, y por la noche el Rockero nos dio orujo.
–¿Queréis probar? El que quiera que pruebe, pero no os paséis, ¿eh?, que esto es fuerte.
–¿Sienta mal?
–No, eso sí que no, es de toda confianza y garantía. Es de la bodega de Serafín y lo hace él.
–¿Lo haces tú?
–Bueno, sí...
–¡Jo, pues yo voy a probarlo...!
–¡Yo también...!
... o sea que cuando nos fuimos a la cama, como iba diciendo, a las cuatro o cinco de la mañana, después de bailar sin freno en el salón durante mucho rato y todos cansadísimos, me metí en la cama de Atahualpa, oye, que a lo mejor sube alguien..., calla, tonto, estate quieto, y no me enteré de nada más. Me pasé la noche dando vueltas y soñando las cosas más raras que uno se pueda imaginar, entre ellas la de los animales que iban a la mesa del bosque. Yo estaba allí, con las hormigas y las arañas, me había hecho pequeñita pequeñita y todas me pasaban por encima..., pero a la mañana siguiente estaba como nueva. Me desperté, vi al lado a Atahualpa, que dormía plácidamente, y me dije, vas a ver tú ahora, Bello Durmiente, y le planté un beso que se prolongó..., bueno, yo no sé, hasta que nos tuvimos que levantar, porque empezaron a oírse ruidos en el piso de abajo, y para evitar que nos cogieran salí de la ajena cama que tanto me había favorecido, desordené la mía, bajé un piso y me metí en el cuarto de baño, en donde estaba Maná.
–¿Qué tal, hija?
–¡Huy, más bien...! ¡Ayer fue un día más divertido...! Qué pena que ya se haya pasado, ¿verdad?
–Bueno, sí, pero no importa; dile a tus amigos que se queden todo lo que quieran. Ha sobrado tanta comida que no sé qué vamos a hacer con ella.
–¿Pero tus amigas se van?
–Sí, mis amigas sí, pero bueno, vosotros quedaros lo que queráis. ¿Sabes que lo que habéis cultivado en la huerta es buenísimo? Todos lo han dicho, que ya no se comen cosas de esas. ¡Qué tomates, hija mía!, ¡como los de la huerta de tu abuelo...! –y todo esto me lo decía Maná debajo del chorro.
–¿Ya?
–Sí, ya te puedes meter; dame esa toalla –y luego vinieron Palmira y Rocalunar.
–¿Se puede...? –y Maná se fue a hacer los desayunos.
–Oye, que me ha dicho que si queréis os podéis quedar toda la semana.
–¿Sí? ¡Qué guay! Pues si me dejan en casa yo me quedo.
–Yo también. ¿Y ellos se van a quedar?
–Pues seguramente.
... y allí estuvimos, yendo a la playa cuando se podía, subiendo a los montes y haciendo toda clase de excursiones, ¡nos lo pasamos más bien...!, porque aquello sí que fue una fiesta, y no lo que se ve por ahí, y para rematar con bien la función, a los dos meses Atahualpa me vino con una especie de libro con fotos pintadas de aquellos días.
–¿Están todas pintadas?
–Bueno, todas no; la mayoría.
–¿Y quién te ha enseñado?
–Me enseñó mi madre cuando era pequeño, pero luego yo lo he perfeccionado un poco. Ella pintaba con tintas de pastelería, pero yo pinto también con lápices y con ceras. Hay unas ceras buenísimas que sirven para esto.
–¿Sí...? Es que es demasiado...
Yo lo estuve mirando atentamente y al final tuve que decir,
–¡Jolín, tío, el mejor regalo que me han hecho! –porque aquello sí que era algo fuera de serie; se lo pareció hasta al Rockero.
–¡Pues vaya con tu novio, hija mía, qué cosas sabe hacer!
–¿Sí? ¿Te gusta?
–Pues claro. ¿A ti no?
–Sí, a mí mucho, pero es que no sabía qué ibas a decir tú.
–Pues fantástico; se lo dices de mi parte –y se lo dije.
–Al Rockero y a Maná les ha gustado mucho. Dicen que lo haces muy bien. Han estado como media hora mirándolo por todas partes y riéndose. Oye, y entonces, ¿tú sabes hacer fotos en blanco y negro?
–Claro, estas las he hecho yo.
–¿Y dónde las haces?
–Pues en casa, en un cuarto de baño pequeñito que no se usa.
–¿Ah, sí? Pues yo quiero verlo.
–¿Sí? Pues cuando quieras vamos –y al decir esto último se rió un poco.
–¿Qué pasa?
–No, nada...
–No, dime qué pasa.
–No, mujer, si no pasa nada, es un sitio normal. Lo único, que en los laboratorios de fotos...
–¿Qué?
–Pues que a veces suceden cosas algo raras –y se seguía medio riendo...
En realidad me lo dijo el primer día que entramos allí.
–Resulta que este sitio, con esta luz roja y la puerta cerrada...
–¿Qué?
–Pues que es muy buen sitio para estar con tu novia.
–Yo no soy tu novia.
–¿Ah, no...?, Crucita linda, ¿no eres mi novia...? Bueno, pues da igual; de todas formas es muy buen sitio para estar con una niña tan guapa como tú.
–Yo no soy una niña.
–Bueno, pues con una chica.
–¡Ya! Con cualquiera, ¿no?
Así le dije, y de manera bastante impertinente, porque yo, miren ustedes por donde, en este asunto de los chicos, resulta que a pesar de la cara de buena que todo el mundo dice que tengo, soy bastante temperamental, más aquel día, que lo llevaba algo torcido, pero Atahualpa era como domador de leones. El Rockero era como adivino pero Atahualpa era como uno de esos domadores de fieras de los circos, porque me dijo,
–Mi niña, ¿te vas a enfadar por todo hoy?
... y a mí me dio no sé qué seguir con mi bronca. Total, todavía no habíamos empezado..., y me olvidé. Nos metimos en aquel sitio, cerramos la puerta, encendimos la luz roja y, claro, hicimos alguna foto, que era muy divertido, sobre todo ver cómo iba apareciendo la imagen en el papel en blanco..., pero la mayor parte del tiempo nos lo pasamos metiéndonos mano según lo previsto, yo sentada encima de él. ¡Jo, es que es tan divertido...!
–¿Sí? ¿Es divertido?
–Bueno, ¿a ti qué te parece? Es que como tú no te has estrenado... –porque Palmira no había hecho ni una nota.
–¡Si no pasa nada, mujer...! Ya sabes: mientras nooo...
Ella había tenido un pretendiente, uno que era de la clase de Atahualpa, pero no le había hecho caso.
–¿Eres tonta? Pero si está muy bien...
–Ya, pero es que...
... y hasta una vez que la llamamos para que viniera nos dijo que no y me tuve que pasar la tarde yo con los dos. Tampoco es que me importara, porque el que quería salir con ella –a mí eso me dijo– era muy simpático y nos reímos cantidad, pero la tonta de Palmira se quedó en casa.
–No, si a mí me apetecía mucho, pero es que mi madre...
–¿Qué?
–Bueno, nada... Es que todos los días, cuando llego a casa, me mira entera... ¡Jo, si hago algo seguro que lo nota!
–¿Tú crees? ¡Jo, tía, ni que te fuera a hacer un análisis ginecológico!
–No, si no es eso..., pero es que tú no conoces a mi madre.
–Bueno, pues no sé... –y no dijimos más. Allí se quedó la cosa, y Palmira con las ganas.

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(La novela continúa durante otras doscientas páginas o más, ¿eh?, no os vayáis a creer...).

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