martes, 11 de julio de 2017

La novela histórica (2): la prehistoria


Época inicial: de los australopitecos a los primeros agricultores.


El único prehistórico que merece ser tomado en serio: 
el australopiteco de Stanley Kubrick en 2001, odisea del espacio.
Parece mentira la escasa atención que escritores y cineastas han dedicado a la Edad de la Piedra. He mirado en la Wikipedia y aparecen 19 entradas para libros, pero si exceptuamos La guerra del fuego (o En busca del fuego), y El clan del oso cavernario (novela de 1980), el resto me resulta desconocido. Varios de estos libros, más que como novelas históricas, deberían ser clasificadas como novelas fantásticas, caso de Plutonia, escrita en 1915 por un ruso, Vladimir Obruchev, o literatura juvenil (caso de dos series que aparecen ahí).

Hay una novela de australopitecos (Homínido), pero me ha parecido una broma de mal gusto. En algunos pasajes sus protagonistas hablan en latín... (¿Y esto...?)

En resumen: esta época no parece haber sido muy utilizada por narraciones y películas, aunque de estas últimas, a bote pronto, se podrían citar Hace un millón de años (que no era muy seria, con aquella Raquel Welch en bikini...),



En busca del fuego, de Jean-Jacques Annaud (que estaba bastante bien), y en especial la primera secuencia de la sin par 2001, odisea del espacio de Stanley Kubrick, que ha sido el único en tomarse en serio esto de la prehistoria (véase foto del comienzo). Y no crean que hay mucho más.



Narraciones históricas de Camargo Rain

Sobre esta época, la que lleva desde los australopitecos (hace cuatro o cinco millones de años), hasta el establecimiento de las primeras civilizaciones ordenadas (hace unos seis o siete mil años), hay varios episodios en Ojos azules formando la primera parte del libro, la que se llama El pasado remoto y que se compone de los siguientes capítulos:

Australopitecos en las orillas de un lago

Nómadas en la llanura amarilla

Omómidos en un bosque

Neandertales en una cueva

Flor junto a una cascada

Recolectores en una aldea



Los episodios están desordenados cronológicamente, pero esto se debe a exigencias del comercio. ¿Cómo vas a comenzar un libro presentando los bucólicos pensamientos de una flor (junto a una cascada) en algún ambiente del Terciario, que es el episodio más antiguo? No lo leería nadie. 







Sea como fuere, aquí les dejo un trozo de este libro

 
HACE MEDIO MILLÓN DE AÑOS
NEANDERTALES EN UNA CUEVA
EL FUEGO

En la boca de una cueva, observando con pesadumbre cómo a torrentes se precipita el agua del cielo, está instalado un oscuro grupo de seres cubiertos con gruesas pieles. Sobre sus cabezas transitan apresurados los negros nubarrones que les acompañan desde varios días antes, y en sus frecuentes y nerviosas miradas al sombrío espacio, y en los gruñidos que de vez en cuando pueden escucharse, se advierte el descontento que el espeso color de las alturas les produce.
Cae la tarde sobre la boscosa llanura que se adivina bajo la ladera. Las sombras se ciernen sobre la arboleda infinita, aparentemente muerta, pues sus habitantes han buscado resguardados abrigos ante la furia de los elementos, y pronto la oscuridad se adueña de cuanto desde allá arriba se puede contemplar, oscuridad rota por relámpagos que se producen en la lejanía, tan distantes que sólo son fugaces destellos que huidizamente se asoman sobre el horizonte.
El grupo que se encuentra en la entrada de la cueva se compone de media docena de astrosos y sucísimos individuos. No parecen jóvenes ni viejos, pues la mugre cubre por entero la escasa piel que permanece al descubierto, y las marañas de pelo ocultan los rostros y cualquier gesto que pudiera dar indicios de sus mohínos estados de ánimo. Sólo los ojos, chispeantes y vivos, atentos a cualquier cosa que se mueva, examinan los cada vez más negros alrededores. Todos ellos, apiñados, intentan mutuamente prestarse el calor que sus cuerpos despiden.
Al fin uno, molesto por la incómoda postura, se yergue cachazudo sobre sus compañeros mientras inicia una suerte de apagado aullido, y con desaliento y las peludas manos golpea las piedras que tiene a su alcance, el rocoso arco que hace las funciones de puerta del cobijo. Luego da media vuelta y con indolencia se interna por el túnel, y si seguimos sus pasos por la oscura y sinuosa galería de pétreas paredes, encontraremos que esta desemboca en una gran sala de techo abovedado, en cuyo fondo, iluminando tenuemente lo que contiene el recinto, se distinguen las brasas de una hoguera delimitada por gruesas piedras. En los rincones más profundos se adivinan inmóviles bultos tumbados sobre el suelo, oscuros individuos que quizá están durmiendo o quizá pensando, y junto a la gran lumbre, pues grande es, de vez en cuando corretea una pléyade de revoltosos y pequeños seres que emiten agudos sonidos, brincan y, a la postre, se refugian entre los brazos de sus madres. Estas, guardianas del mayor tesoro que la habitación contiene, el fuego, permanecen inmóviles contemplándolo, aunque de cuando en cuando alargan los brazos, y unas veces colocan pequeños objetos sobre el borde y otras los retiran: parecen castañas, bellotas, piltrafas y diminutas frutas y semillas que humean y chisporrotean y son pronto engullidas con deleite por los taciturnos comensales de la andrajosa agrupación.
Durante un buen rato reina el silencio en la enorme gruta. Nuestro personaje, que se ha sentado en el suelo junto a las ascuas, tras contemplarlas extiende las manos sobre ellas y entra en un prolongado éxtasis. Sus labios se entreabren, y ¿podría decirse que es una suerte de salmodia lo que recita? Así lo parece, puesto que persiste en sus decires, que poco a poco van aumentado hasta convertirse en un sordo gruñir para decaer luego hasta el más inaudible de los balbuceos, y todo ello ante la indiferencia de los presentes.
Los niños, que tales semejan, con ojos vivos contemplan temerosos al recién llegado, no atreviéndose a abandonar el amparo que les brinda el regazo de sus madres, pero luego uno se desliza cauta y silenciosamente por el suelo y por la espalda se arrima a quien continúa con sus tartajeos. Tras dudarlo agarra un extremo de las desflecadas pieles que cumplen las veces de ropa y tira de ella con la zozobra pintada en sus ojillos ratoniles, y al no recibir la contundente respuesta a que está acostumbrado, se encarama tímidamente sobre aquel ser que bien pudiera ser su padre, y pronto son dos los que trepan por su cuerpo con ademanes que podríamos llamar afectuosos. Sin embargo, poco dura la improvisada fiesta, pues un par de mamporros bien administrados ponen en fuga a la caterva de chiquillos que se había aproximado y de nuevo todo queda en calma, silencio sólo roto por los ronquidos de algunos durmientes y los chasquidos de los frutos que saltan al abrirse sobre las brasas.
Es entonces cuando, sin previo aviso, del rocoso techo se desprenden unas gotas de agua que caen sobre los tizones. El hecho sobresalta a cuantos allí se apiñan, y un murmullo de desaprobación recorre el grupo. Las pupilas se dirigen a lo alto y escudriñan las tinieblas inquiriendo la razón de tan inoportuno suceso, pero poco puede verse en las lóbregas tinieblas, y tras apagarse los gruñidos el lance es olvidado.
Uno de los seres que se aposentan ante el fuego, un individuo escuchimizado y de avanzada edad a juzgar por sus crecidas guedejas blancas, arroja unos troncos sobre los rescoldos, y en seguida aquello crepita y luego se inflama, bañando con su luz cuanto le rodea. Durante un instante todos se contemplan con expresión rayana en la sorpresa..., aunque al fin respiran aliviados y retornan a su mutismo.
Arrecia el crepitar del ruido de la lluvia que penetra por el túnel, y tres o cuatro bultos arremolinados irrumpen en la caverna con aparato, caen de rodillas ante el fuego y a su arrimo presentan cara y manos con ademanes que tienen algo de ceremoniosos. No son viejos ni jóvenes, que ya dijimos, sino seres peludos y disformes que muestran amputaciones, pues a uno parece faltarle un antebrazo y todos presentan desdentadas fauces que abren desmesuradamente para que mejor les penetre el calor del hogar. [...]

y a continuación los enlaces correspondientes por si alguien quiere echar una ojeada. Amén de lo dicho, aparecen muchos antecesores del hombre: los cazadores de las llanuras, los omómidos (una especie de zarigüeyas de hace cincuenta millones de años), los primeros agricultores...

Ojos azules en versión Kindle =
Ojos azules en papel =
Blog en el que se habla de Ojos azules:

En entregas posteriores (en este y otros blogs) seguiré hablando de estos asuntos, y mientras tanto se puede mirar aquí:


No hay comentarios: