jueves, 27 de julio de 2017

La novela histórica (4): la Edad Media


Esta, la Edad Media, es quizá la época preferida por los escritores de novela histórica. Sin embargo, es difícil encontrar novelas realistas que se refieran a la Edad Media tal y como debió de ser. La mayoría (sobre todo las modernas) abundan en los aspectos fantásticos, en los que se suele poner el énfasis, por lo que no son propiamente históricas. Las leyendas en torno al rey Arturo se repiten en exceso (hay muchos libros sobre ello), y no digamos todo lo que tiene que ver con la magia y los poderes sobrenaturales de los protagonistas, lo que resta bastante realismo a las narraciones.
Sin embargo, hay también muchas novelas históricas de esta época que merecen ser leídas, y aquí debajo hago mención de unas cuantas:

La flecha negra (Stevenson, 1888)
Belisario (Robert Graves)
El nombre de la rosa (Eco)
Samarcanda (Amin Maalouf, 1988)
Un yanqui en la corte del rey Arturo (Mark Twain, 1889)
Ivanhoe (Walter Scott, 1820)
El puente de Alcántara (Frank Baer, 1991)
Leon el africano (Amin Maalouf)
El libro de Saladino (Tariq Ali)
A la sombra del granado (Tariq Ali, 1993)

Narraciones históricas de Camargo Rain

Quien esto escribe también ha escrito acerca de la Edad Media, en especial un libro, Dios conmigo, que relata la vida de un personaje (el calatravo) que vive esa época y, entre otros sucesos, asiste a dos batallas que figuran en la historia: la de Alarcos (1195) y la de las Navas de Tolosa (1212). Es un libro largo (500 págs.) en el que cuenta su vida como niño, joven, señor de la guerra, cantero, escultor (etc., etc., que se narran muchas cosas).
En Ojos azules se habla de la 2ª cruzada (s. XII) en el episodio denominado Hueste cristiana en las cruzadas, y asimismo en otro libro, Chica encuentra chico, se puede encontrar una historia medieval (siglo X) que se llama La torre y versa sobre la construcción de la torre de un monasterio.
A continuación pongo un trozo de un texto. Se trata del comienzo de la batalla de Alarcos en Dios conmigo.

[...]
Pocos días duró semejante estado de cosas, y en seguida llegaron mensajeros que nos ordenaban partir hacia el oeste y unirnos al grueso del ejército en las inmediaciones de la fortaleza de Alarcos, cuya guarnición continuaba encastillada. En compañía de Rubén me despedí de mis hermanitas como si no nos fuéramos a volver a ver, y con el amanecer del día siguiente nuestra hueste de Calatrava, unida a una interminable procesión de caballeros, carros y peones, partió hacia donde se encontraban las ingentes fuerzas venidas del norte, lugar al que accedimos rondando el mediodía y desde cuyas alturas pudimos contemplar las tropas que nos aguardaban y se guarecían en torno a las murallas a medio construir, y enfrente, lejos pero no tanto como para no poder distinguirlo, con quiénes teníamos que habérnoslas...
El ejercito musulmán, acampado en torno a un cerro, a primera vista no nos pareció invencible, pues manifiestamente se apreciaba que la fuerza de nuestra caballería era mucho mayor. En aquel lejano campamento podían observarse incontables carros, y de su interior surgían fumaradas sin fin, lo que daba indicios del enorme número de sus ocupantes, pero tampoco era menor el nuestro, cuyo aspecto nos produjo un gran asombro, pues ni yo, ni ninguno de los que me acompañaban, habíamos estado nunca en un real tan grande, que agrupándose en torno a la fortaleza en obras y el poblado aledaño, se extendía bajo nuestros pies y abarcaba hasta los más próximos oteros.
La columna en la que nos encuadrábamos descendió hasta la llanura, y habiéndonos señalado sitio para que nos instaláramos, recorrimos el campo y procuramos informarnos de lo que en él se decía.
Pasó la tarde entre unas cosas y otras, y aunque el revuelo y las incontenibles ganas de pelea se hacían patentes aquí y allá, no hubo más por aquel día y en seguida se echó la noche, encendiéndose hogueras en todos los rincones. Nosotros, al abrigo de unos carros que habían venido de Calatrava, hicimos lo propio, y alrededor del fuego de campamento fueron muchas las voces que se manifestaron y dieron su opinión sobre lo que nos esperaba. Corrió el vino y la comida, y todo fue el hacer cábalas sobre lo que pretendía el rey, aunque alguien apuntó que estaba esperando a que llegaran nuevas tropas de refuerzo, fuerzas procedentes de los reinos de León y de Navarra.
Luego transcurrió la noche, y tras el amanecer sonaron trompetas y clarines llamando a la lucha. En medio de la mayor de las confusiones y los gritos de ceñudos capitanes, una parte de la caballería se alineó y formó un enorme bloque. Nosotros lo observábamos expectantes desde el lugar que nos habían señalado, pues aquel día no entramos en combate, y de esta forma vimos cómo la muralla de hierro avanzaba lentamente al principio, para cargar luego contra las vanguardias enemigas, pero estas, que no eran numerosas, retrocedieron al galope y rehusaron la lucha. En su lugar aparecieron grupos de arqueros que lanzaron nubes de flechas sobre nuestros jinetes y después se escabulleron en el terreno. Semejante maniobra se repitió varias veces, pero no encontrando enemigo con el que luchar, nuestros caballeros tornaron al campamento sudorosos y gesticulantes y, por lo que me pareció entender, muy descontentos de lo sucedido.
Entre carreras, gritos, rebatos de los clarines y nubes de polvo que se levantaban aquí y allá transcurrió el día entero, día de sobresaltos, de llamadas, de formarse escuadrones y rendir luego las lanzas, de acudir a un lugar y otro y desgañitarse los capitanes sin motivo, y al fin, fuera de algunas escaramuzas en las alas de los ejércitos enfrentados, que se observaron y midieron sus fuerzas sin querer entrar en la pelea, no sucedió nada, sino que con la caída de la tarde retornaron las fumaradas en el campo enemigo y los fuegos de campamento en el nuestro. Todo se pobló de hogueras y centinelas que canturreaban sus consignas, y mientras dábamos cuenta de la pitanza y el vino, que en buenas cantidades guardábamos en los carros, más de uno nos preguntamos si no estarían los musulmanes esperando a que llegara la noche profunda para lanzar un ataque que nos cogiera desprevenidos... Allá, a lo lejos, en la falda de un terroso y alargado cerro que había a nuestra izquierda, eran aún más brillantes los fuegos, pues, según decían, era allí en donde estaban el rey y sus oficiales, que a buen seguro estarían discutiendo sobre el significado de aquella jornada de irracionales alborotos en la que el enemigo había sabiamente eludido la pelea.
Llegó el nuevo día, y con él las señales de que la jornada se anunciaba importante. Desde muy temprano sonaron los cuernos, y en seguida, advertidos por las ingentes nubes de polvo que al otro lado de la llanura se levantaban, pudimos entender que el ejército musulmán se ponía en marcha.
Todos nos aprestamos a armarnos como correspondía, y una vez sobre las cabalgaduras y tranquilizadas estas, pues se mostraban inquietas como si presagiaran lo que se avecinaba, cuando entre el fragor nos dirigíamos a las filas que se estaban formando, vi a Lope, revestido de la blanca túnica de la Orden a que pertenecía y caballero de una magnífica montura. Iba a dirigirme a él, pero era tal el tumulto que alrededor de nosotros había, que me contenté con hacerle un gesto con la mano, ademán que él me devolvió. Luego observé que a su lado estaba su padre, don Lope, que se ocupaba en ordenar la disposición de su hueste. Él me contempló con sorpresa, pues seguramente me creía muerto, pero luego apartó la mirada y la dirigió al frente.
Al fin, cuando las filas se cerraron, vi que a mi lado estaban Moisés y otros hombres que habían venido desde Calatrava. Nos encontrábamos en medio de un denso escuadrón, pero delante de nosotros había muchas líneas, lo que parecía indicar que nuestra entrada en la lid no iba a ser inmediata. Moisés me tendió un mendrugo de pan que sacó del zurrón.
–Cómelo –me dijo–; quizá sea el último.
Yo lo mordí con ansia mientras entre las recién formadas filas se levantaban clamores que hablaban de Dios y la victoria, y al compás de aquellas voces que parecían surgir de todas partes, los caballos relincharon y patearon y a duras penas fueron retenidos por los acorazados jinetes, alguno de los cuales rodó por el suelo.
Ante nosotros se mostraba una multitud de zenetes vestidos de negro, tribus enteras llegadas de África, según decían, provistos de escudos y largas espadas que nos observaban imperturbables. Estaban tan cerca que podíamos distinguir los rasgos de sus caras oscuras, y cuando me entretenía en intentar desentrañar sus emociones, se escucharon agudos gritos que partían de la parte delantera y pudimos observar cómo las primeras líneas, en cerrada formación, iniciaban un trote moderado hacia el centro del ejército enemigo, aquellos gigantescos jinetes que les aguardaban impávidos.
La masa de caballeros se precipitó contra las filas almohades, y vimos cómo las lanzas se rompían y las espadas centelleaban. Algunos caballos rodaron por el suelo causando gran confusión, y después el polvo levantado por el combate nos ocultó lo que sucedía.
Todos mirábamos ansiosamente hacia el lugar cuando se escucharon nuevos gritos, y vimos que las siguientes filas de acorazados caballeros emprendían la carrera y se internaban lanza en ristre en la polvareda.
Durante algún tiempo no supimos qué sucedía ni cuál era la suerte que habían corrido nuestros soldados, pero luego, emergiendo de la nube, grupos de jinetes retrocedieron al galope hacia nuestras filas, las sobrepasaron y parecieron ir a colocarse en la parte trasera del ingente conglomerado de hombres y caballos que aguardaba su turno.
Cuando el polvo se reposó vimos que la primera línea enemiga había sido deshecha, y aquí y allá podían observarse caballos y hombres, unos agonizantes y otros derribados, en desordenada confusión. En el centro de aquel cuadro se sostenían múltiples y descabaladas figuras que, a pie y utilizando las espadas a guisa de molinetes, arremetían contra las negras filas de seres armados de picas, que parecían retroceder ante el empuje demostrado por los nuestros.
Los más terribles alaridos sonaron entonces, y obedeciendo a ellos, varios escuadrones que se situaban en los flancos y portaban enseñas en el extremo de sus lanzas, embistieron furiosamente las compactas filas enemigas, en las que abrieron amplios huecos. Delante de nosotros se trabó una furiosa batalla, [...]

... y hasta aquí este principio de la batalla de Alarcos.  Debajo coloco los enlaces a estos libros.


Dios conmigo en versión Kindle =
Dios conmigo en papel =
Blog en el que se habla de Dios conmigo:


Ojos azules en versión Kindle =
Ojos azules en papel =
Blog en el que se habla de Ojos azules:

En entregas posteriores (en este y otros blogs) seguiré hablando de estos asuntos, y mientras tanto podéis mirar aquí:

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