Ya ha aparecido la tercera parte de La aventura de las luces azules, la gran aventura que ando publicando desde hace meses. Esta no es una aventura en broma, no, que nadie lo piense, buena prueba de lo cual es que en esta tercera entrega la negra se va al fondo (del mar, y no la pueden sacar); el astronauta, que es hijo de un chino que inventó un aparato para cortar las tortillas redondas en la cantidad de trozos que uno desee, se queda colgado en órbita solar, y lo que es más: que Eduguá y el cachalote (en negrita los protagonistas principales de este ingente cuento, 800 páginas) establecen al fin contacto mediante las ondas telepáticas, lo que los pone en comunicación con los que nos miran desde las estrellas.
¿Que con semejantes mimbres no se puede escribir una novela? Eso lo dirá usted. Yo la escribí hace años, y me parece que ya ha llegado el momento de que vea la luz, y para que se advierta que, como decía, esto va en serio, pongo un trozo del texto. Cada uno que piense lo que quiera.
LA PETICIÓN
Eudoxio, que
fue quien me presentó a los exteriores,
una noche, en mitad de uno de nuestros coloquios, me dijo, habla con ellos, si
quieres, y acto seguido ante mí se desplegó un gran campo lleno de flores
blancas y amarillas en sustitución de sus policromadas postales marinas.
Sí, fue
Eudoxio quien me introdujo. Estaba hablando conmigo y de repente dijo, habla
con ellos, si quieres. Yo le contesté, ¿con quiénes?, y él me dijo, con los que
nos observan desde la estrella, este es el momento, ¿no querías conocerlos?, y
tal y como iba diciendo, una enorme llanura pintada del más puro verde de la
clorofila se desplegó ante mis ojos, el mar y sus azules aguas dejaron paso a
la hierba de primavera.
Una nueva voz,
una voz sin forma, dijo, hay una fuerza
que actúa coordinando células, es la vida, pero hay otros fenómenos en los que
se coordinan otras clases de objetos. Por ejemplo, las bandadas de pájaros que
dibujan ondas en el cielo. ¿Tú crees que eso no significa nada? Hay fuerzas en
este Universo que vosotros no conocéis. Sí, hay muchas, hay muchísimas, pero
aún hay otras sobre las que ni siquiera nosotros sabemos una palabra. Sólo
sabemos que existen, lo que es estadística pura, una de las infinitas
aplicaciones del principio de mediocridad. ¿Por qué alguien iba a saberlo todo?
Eso no ha sucedido nunca ni nunca sucederá. Nosotros somos unos recién llegados
a esta grandiosa obra que se representa en el Teatro Universal. Acabamos de
llegar a este escenario, tenemos un papelito aquí abajo, pero de lo demás no
sabemos nada. El decorado, ¿quién lo ha dibujado?, ¿quién lo ha construido? ¿Y
los trajes…? Del conjunto de la obra, y no quiero ni hacer mención a lo que
pueda suceder en el tercer o cuarto acto, de eso no tenemos ni idea. Además,
nos han prohibido hacer milagros. Todos los seres deben recorrer su propia
senda. No hay atajos en el camino de la evolución de la materia.
Eudoxio, en
una ocasión anterior, me había dicho: ellos no se sujetan a modas, están muy
lejos de las pasajeras formas que a vosotros os resultan familiares, así que
cuando los oigas te costará entenderlos, y sin embargo yo lo comprendí
perfectamente, porque que nosotros no sabemos nada, resultaba evidente, y que
en los caminos de la evolución no hay atajos, también.
El verde campo
centelleó entonces con el nacimiento de nuevas flores. No fueron muchas. Eran
rosas y moradas y entonaban muy bien con las blancas y amarillas, lo que
parecía algo del gran Renoir. Mi curiosidad iba en aumento, o a lo mejor no era
pura y simple curiosidad. Quizá tuviera más que ver con la natural admiración
que seres superiores te pueden producir, porque, ¿quién es responsable de lo
que hace en sueños? Las palabras, ¿salieron de mi boca o de mi mente? Me oí
decir,
–¿No podría
verle yo a usted, esa voz que habla?
–Sí, no hay ningún inconveniente.
La excitación
que me produjo semejante anuncio, aunque estaba casi dormido, fue semejante a
las que, causadas por hechos excepcionales y en contadísimas ocasiones,
experimentamos en nuestra vida consciente, y de lo que sucedió después resulta
difícil hablar, aunque ya no parecía un sueño. Aquello no era ya una postal
como las de Eudoxio, una postal policromada y tridimensional. La nueva visión
estaba tan conseguida en todos sus detalles que hasta el viento te daba en la
cara. No era como si estuvieras allí,
sino que lo que sucedía es que estabas allí, en el lugar en que ellos te
colocaban. Una bruma lechosa, que descansaba sobre el gran pajonal repleto de
flores de colores diversos, empezó a tomar variadas formas, mientras allá
atrás, al fondo, se pintaban montañas lejanas y un cielo azul pleno de casi
inmóviles cúmulos humildes… Bueno, un paisaje muy bonito, mucho mejor que una
de esas animaciones con que se deleitan los viajeros del superrealismo, una
visión tan completa que yo me pregunté, ¿qué es esto?, parece un paisaje
terrestre, y luego la bruma empezó a tomar variadas formas.
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