martes, 1 de enero de 2008

El cuento del gabardinoso, entrega 14

Juan el gomoso, ataviado con el uniforme de colegiala alquilado en Cornejo, algunos libros viejos de su hija bajo el brazo, una peluca morena y cortita y los pelos de las piernas ocultos bajo unas medias de perlé, descendió del coche del comando en la más oscura esquina que pudieron encontrar.
–¿Qué hora es?
–Las seis.
–Bueno, sólo faltaba que me encontrara a Irene...
–¿Pero no va en autobús?
–Sí, pero ya sabes que cuando el diablo no tiene que hacer...
–Bueno, venga, sal y a lo tuyo. Nosotros te esperamos aquí.
Juan el gomoso se apeó del coche y, no muy seguro de lo que fuera a suceder, observó con aprensión sus solitarios alrededores y comenzó a caminar por la acera. Según los planes diseñados, el que llevaba a cabo la labor deambulaba un poco por la zona, mientras los otros dos, el comando de apoyo, se quedaban en el coche esperándole en un chaflán sombrío... Los zapatos le quedaban pequeños, y el haberse puesto las medias sobre los calcetines no mejoraba la cuestión; además, como tenían algo de tacón, componía una figura anormalmente alta para el papel que pretendía desempeñar. ¡Los libros...! Esa era otra, porque pesaban lo suyo, y la peluca, que ya se le metía por los oídos..., pero, en fin, ¡todo por la causa!
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(continuará)

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