jueves, 31 de enero de 2008

El cuento del gabardinoso, entrega anteúltima

Y entonces, de repente, ¡por milagro!, tras dar varias vueltas por calles desiertas y desconocidas, Juan el gomoso encontró lo que buscaba. El Destino le había llevado hasta la alta pared de piedra en donde la vez anterior se les escapara tan notable personaje. Juan el gomoso rodeó la manzana y encontró una puerta metálica rota y salida de sus bisagras por la que se podía entrar en el recinto. Atisbó por ella y pudo ver uno de esos solares vacíos que, cubiertos de crecida hierba y defendidos por macizas tapias, aún quedan en algunos lugares de las ciudades; mayormente, en las zonas liberadas. Y allá, al fondo...
–(¡Y con ligas, además!) –pensó inquieto Juan el gomoso desde su escondite, porque, ¿cuándo fue la última vez que hizo el amor en condiciones...? La verdad es que ni se acordaba.
–¡Eh, tú!
El extraño personaje, que se entretenía en fumar un cigarrillo, se volvió de golpe. Luego miró nerviosamente a su alrededor, pero no había ni que pensar en escapar porque la tapia, por dentro, era mucho más alta que por fuera.
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(concluirá)

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