viernes, 4 de abril de 2008

Lo que sucedió cuando nos pusieron una institutriz mulata que era guapísima

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En este blog no he puesto ningún trozo de "LAS ESTACIONES", novela en cuatro actos (las estaciones) en la que Pipo, chaval de trece años, cuenta lo que durante un año sucedió en su casa cuando a su hermana y a él, que suspendían demasiadas asignaturas, les pusieron una institutriz mulata que era guapísima. Para remediar tal carencia traigo el presente texto, que está sobre la página treinta del libro.

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PIPO

El año anterior había sido un año raro, sobre todo por Charlotte, que fue la primera institutriz que tuvimos, y porque a Azucena le suspendieron cinco –a mí sólo dos– después de largos años de ser aprobados en todo, incluso con buenas notas, y aunque en casa decían que era la edad, cosas de la edad y alguna vez tenía que ser –lo decía el tío Mary y a veces también el tío Arsenio, cuando iba por allí–, mi padre decidió que tenían que ponernos un profesor particular porque Charlotte sólo nos daba clase de francés. Al principio dijeron "un profesor particular", y me parece que buscaron alguno e incluso preguntaron al tío Arsenio, que conocía a muchos jesuitas, pero luego mi madre decidió que era mejor "profesora particular". ¿Un profesor...?, y le miraba, ¿quieres poner a Azucena un profesor?, ¿un chico joven...?, y mi padre, que estaba en un sillón, no dejaba de leer el periódico porque yo creo que aquel asunto no le interesaba nada, de forma que contestó, bueno, o mayor, como tú quieras, y es que seguramente pensaba que era ella, mi madre, la que se iba a ocupar de todo, como siempre.
La pandilla de mi padre, es decir, la pandilla del tío Mary, el hermano de mi madre, que databa de los tiempos en que todos ellos iban al colegio, se componía de cuatro personajes. Habían sido más, porque a veces hablaban de uno al que llamaban "el chino" y del que decían que hacía mucho que no sabían una palabra, y también de otros, pero en aquellos entonces quedaban cuatro que solían ir juntos a todas partes, sobre todo a cazar, y casi todos los jueves por la noche a recorrer y cerrar bares. Estos cuatro, por orden de edad, eran: mi padre; mí tío Mary, que ya sabemos quién es, el hermano juerguista de mi madre; Juanito, el tronco del tío Mary, con el que siempre estaba hablando de las novias que habían tenido a medias, y Victoriano, que era el cuarto en discordia y no se parecía en nada a ellos pues llevaba barba, era serio y cantaba y tocaba la guitarra y el piano muy bien. Victoriano era el más antiguo amigo de Juanito, y eran tan amigos que cuando Juanito se casó, de joven, se fueron los tres de viaje de novios, los recién casados y el amigo del alma, y estuvieron varias semanas en las islas Caimán; claro, que yo eso sólo lo sé de oídas, porque cuando sucedió era muy pequeño o aún no había nacido.
Mi madre también había sido de aquel grupo en su juventud porque era hermana del tío Mary y habían ido al mismo colegio, pero luego se aburrió de verlos –porque como estaba casada con mi padre le veía todos los días– y casi nunca salía con ellos sino con sus amigas, a las que nosotros llamábamos tías. Estaba la tía Teresa, que en cuanto me divisaba, sin perder de vista el juego y con las cartas en la mano, porque se pasaban la vida jugando, decía, ¡este niño...!, ¡pero qué ojos tiene este niño...!, que a mí no me gustaba nada porque me miraban todas y cada vez que se lo oía salía corriendo, y también estaba la tía Esther, mi madrina, que era prima de mi madre y se parecía muchísimo a una actriz americana muy famosa, y como era tan guapa, yo, cuando era muy pequeño, a los siete años o por ahí, me subía encima de ella en cuanto llegaba a casa y se sentaba en alguna silla. Mi madre decía, ¿quieres dejar tranquila a tu tía?, ¡baja de ahí!, pero mi tía Esther se reía y decía, no, no, déjale que haga lo que quiera, ¿verdad, Pipo?, y me apretaba bien, y entonces mi madre decía, ¿por qué le llamáis todos así?, se va a quedar con ese nombre y ya tiene uno, porque yo en realidad me llamo como mi padre, que se llama Carlos, aunque todo el mundo le llame Charli, y a mí Pipo y Charlidós.
La pandilla de mi padre era muy compacta, todos eran muy amigos, pero se empezó a revolucionar cuando nos pusieron una institutriz mulata que era guapísima. Antes teníamos a Charlotte, que era una chica que ayudaba a mi madre a vestirse y a peinarse y a nosotros nos llevaba al colegio y al cine y sitios de esos. Era karateca y a mí me enseñó bastantes cosas. Por ejemplo, que nunca le des un puñetazo a nadie porque te puedes romper la mano, que es mucho mejor dar un tortazo en mitad de la nariz con la mano abierta; yo nunca he dado un puñetazo a nadie, pero no porque me lo dijera Charlotte sino porque no me ha hecho falta, y menos con Pancracio al lado, y tampoco le he dado a nadie una torta, y mucho menos en mitad de la nariz. Bueno, pero Charlotte era mayor y hablaba poco en español, casi siempre hablaba en francés, ¿n´est-ce pas, mes enfants?, y entonces había que decir, oui.
La mulata que era guapísima hablaba a veces en inglés, sobre todo con las visitas, pero casi todo el tiempo en español.
–¡Qué rara es!, ¿verdad, mamá?
–Niño, no digas eso. ¡Si parece una cariátide...!
–¿Una qué?
–Una cariátide.
–¡Pero es que es como negra...!
–No, hijo, es que es mulata.
–¿Y eso qué es?
–Pues mestiza.
Bueno, la mulata que era guapísima y hablaba en un español pulido, aunque con las visitas hablara en inglés porque mi madre no lo dominaba del todo y había cosas que no entendía, se parecía mucho a una que salía en Némesis del Espacio Profundo, que era un juego de ordenador al que yo jugaba con Pancracio y otros. Había muchas chicas y yo casi siempre elegía a una rubia que tenía muchas tetas, bueno, tenía demasiadas tetas, pero eso era porque el juego era americano y a los americanos les gustan las chicas con las tetas muy grandes, o eso decía el tío Mary, aunque en realidad se las podías cambiar, dabas a un botón y se desinflaban hasta que quedaban a tu gusto, y lo demás también se lo podías cambiar, claro, y ponerle la nariz más larga, tan larga como Pinocho, o tripa, o las piernas gordas o muy flacas, y a veces, en vez de jugar, lo que hacíamos era inventarnos chicas a nuestro gusto, y a Pancracio le salían unas horribles, todas gordas y como torcidas; desvestirlas no podías, para eso había que ganar y entonces sí te dejaba que les quitaras la ropa, pero ganar era difícil y sólo lo conseguimos una o dos veces. Bueno, pues yo al principio siempre elegía a una rubia que tenía las tetas muy grandes, pero luego descubrí que había una que era como mulata, y cuando me puse a cambiarle cosas, un día, me salió una que se parecía un poco a Patricia, y luego seguí y seguí, y cuando ya se parecía más, porque era difícil, se me borró y no pude volver a hacerlo. De todas formas dio igual porque nunca conseguía ganar a aquel juego, y lo que yo quería, que era quitarle la ropa, no lo iba a lograr nunca, pero en realidad no importaba porque a Patricia casi no hacía falta quitarle la ropa, y es que ella era de las que no caben dentro, de las que parece que es la ropa la que las lleva a ellas y no ellas a la ropa, y más en verano. Patricia, como decía mi madre, era como una cariátide congelada en el tiempo, sí, aunque yo creo que eso era quedarse un poco corto y ella era más bien como el Partenón entero. Patricia era como una cantante de ópera antiquísima, hacía gorgoritos, desde luego, aunque los entendíamos pocos, y también como uno de esos coros oceánicos, o universales, o como alguna chica de las que salen en las revistas o el mar, que se mueve tan despacio si lo ves desde muy lejos, o incluso como un portaaviones en el océano, que navegan muy armoniosamente, por lo menos en los documentales de la televisión. Patricia era parecida a la mulata del juego del ordenador que llevaba un vestido brillante, aunque en realidad era mucho más guapa, y era tan guapa que desde que llegó, sobre todo los primeros días, casi no se hablaba de otra cosa, y durante una temporada estuve oyendo historias misteriosas acerca de cariátides y atlantes que atravesaban los espacios infinitos para recalar en nuestra casa, que era lo que decía el tío Mary, el más inspirado de cuantos iban por allí. En mi casa casi siempre se hablaba en clave y a veces decían cosas que significaban otras diferentes, como los huevos con tomate, por ejemplo, de los que nunca supe si se estaban refiriendo a los huevos en sí o a algún asunto misterioso del que yo no tenía ni idea, y es que mi madre, cuando lo decía, ponía una cara en la que ya se veía que no hablaba de una cosa cualquiera, o también lo que decía mi hermana de los que montaban en yate...
–¿Y qué decía tu hermana de los que montaban en yate?
–Pues eso, que todas las noches cenaban huevos con tomate –y como yo lo conocía desde pequeño, también me divertía intentando liar a los demás, sobre todo en el colegio, en donde nadie entendía nada.
–No, ahora tengo un juego mejor. Ese de Némesis está un poco pasado y ahora juego al de "Atlantes y Cariátides que se persiguen por el pasillo", pero yo creo que van a ganar las cariátides, sobre todo las que van montadas en portaaviones; se ve venir.
–¿Y eso qué es?
–Pues es como lo de la merluza con mayonesa, ¿no sabes lo que es la merluza con mayonesa?, que cuando la cocinera no sabe qué hacer pone merluza con mayonesa, eso dice mi padre..., o croquetas, bueno, que no tiene más que freírlas, o huevos con tomate, que dice mi madre, ¡mira que están buenos los huevos con tomate!, ¿a ti no te gustan...?, a mí me gustan muchísimo y casi todas las noches los ceno, como los que van en el yate, que dice mi hermana.
–¿Tu hermana es esa del pelo rizado de la otra clase?
–Sí. Está un poco loca, pero bueno. En realidad no es mi hermana, sino la amiga de siempre de Rosana.
–¿Rosana es la de los ojos azules?
–Sí, y además la amiga del alma de mi hermana.
... y como Pancracio me contemplaba dubitativo y no decía nada, yo le animaba.
–Sí, no, tienes que venir a verlo a casa, ya verás que número.
–¿Pero tienes las instrucciones?
–No, bueno, yo que sé..., pero tú seguro que puedes averiguar dónde están, a ti te gustará, aunque a lo mejor le gusta más a Jaimito, porque sale una cosa parecida al Partenón y el Partenón siempre está desnudo, ¿no...?

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