martes, 16 de diciembre de 2008

Fiesta de cumpleaños, primera parte

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Lo que a continuación puede leerse es una de las muchísimas aventuras que se cuentan en la novela llamada "Crucita y yo", en donde se narra la vida de una niña que nunca fue mayor.

Crucita, niña rizosa, poetisa, trigueña, ojizarca...; esto es lo que se dice de Crucita, pero además se dice: chavala espectacular, parlanchina a más no poder y señalada por el dedo del Cosmos, que no es cosa que se vea todos los días. Ser privilegiado, en suma, cuyas andanzas son largas y enrevesadas, sí, muy aparatosas y teatrales, y movidas...
Crucita, a quien también se conoció como Maricruz (que es nombre de gallina), o como rubia, bella durmiente, niña pequeña, especie de maciza y otros muchos adjetivos del mismo tenor, nació de unos seres que se querían; vivió a cuerpo de rey toda su vida; se reprodujo, aunque no sin dificultades, y enfiló el camino hacia adelante con la satisfacción del deber cumplido...
¿Aún me escuchan...? Pues les voy a decir más. Palabras acabadas en culo hay muchísimas, casi todas de cuatro sílabas, y las principales son, báculo, cenáculo, pináculo y tabernáculo; vernáculo, espiráculo y oráculo; o bien, espectáculo, habitáculo, tentáculo y obstáculo...

(Nota: la semana que viene, o la otra, pondré la segunda parte de este cuento).
(Nota 2: La novela "Crucita y yo" tiene un antecedente, otra novela que se llama "La efímera vida de Nastasia". En el enlace adjunto se puede conseguir impresa como un ibro de bolsillo normal y corriente..., aunque más divertido que la mayoría de ellos).


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Fiesta de cumpleaños

El verano en que cumplí quince años se me ocurrió que podíamos hacer una fiesta, ¿no?, es que fiestas no hacemos nunca y quince años sólo se cumplen una vez, ¿no os apetece?, y además tenemos mucha comida buenísima de la huerta y habrá que comérsela, y el Rockero no necesitó oír más.
–¿Una fiesta? ¡Qué idea más buena!, claro que sí... Pero una fiesta de verdad, ¿eh? Una fiesta en el bosque.
–¿En el bosque? ¿En qué bosque?
–Pues en el bosque que tú conoces, el que hay detrás de casa.
–¿En el pueblo...?
–Naturalmente, por supuesto que en el pueblo, que es donde hay que hacer estas cosas.
–¡Huy, sí, eso sí que estaría bien...!
–Y además de disfraces y que dure todo el día, o toda la semana. ¿Qué te parece...? –y a mí me pareció de maravilla.
–¡Eso...! Oye, ¿pero yo puedo llevar a mis amigas?
–¡Anda!, ¿pues qué clase de fiesta va a ser esa en la que no estén tus amigas? A tus amigas y a tus amigos. ¿No vas a decírselo a Atahualpa?
–Sí, claro, pero ¿pueden dormir allí? Es que eso está lejos...
–Pues claro, mujer. Llevamos a todos y por las noches montamos guerras de almohadas –y el Rockero, embalado, empezó como siempre.
–A ver, ¿tú quién quieres ser? ¿El hada Valeria o el hada Amilamia?
–¡No, Valeria no!
–Bueno, pues entonces tú eres el hada Amilamia, el hada de las fuentes, personaje de índole afable y caritativa..., ¿o sería mejor el hada Pan de Azúcar...? En todo caso te tienes que disfrazar de tal, así que vete dibujando algún traje.
–Vale. Y tú, ¿de qué te vas a disfrazar?
–¿Yo? Pues no sé... ¿De cura te parece bien?
–¿De cura? Pero de eso ya te disfrazaste una vez...
–Bueno, sí, tienes razón, ya pensaré algo. Si se te ocurre a ti antes me lo dices, ¿vale?
–Vale. Oye, Maná, ¿y tú?
–¿Yo...? Bueno, ya veremos, una ocasión es una ocasión. ¿De qué quieres que me disfrace?
–Pues tú..., ¡de madre!
–¿De madre? ¿Cómo de madre?
–Pues de madre. Tú nunca has sido madre de nadie..., bueno, sólo de mí, pero así te disfrazas y pareces una mamá... ¡Qué bien!, ¿verdad?
–Sí, mujer... Bueno, ya veremos.
... pero luego, cuando llegó el momento, no pasó nada de eso. ¿Saben de qué se disfrazó? Es que me da no sé qué decirlo... Bueno, pues se disfrazó de puta, con todas sus amigas; sólo fueron dos pero iban igual, iban todas de putas antiguas, estaban guapísimas y parecían de verdad, y yo, al final, no me disfracé de hada.
–¡Ya sé!
–¿Qué sabes?
–De qué me voy a disfrazar. ¿Sabes de qué?
–Dime.
–Pues de Bella Durmiente... ¡Si ya tengo el traje! Lo lavo y lo plancho y lo coso un poco... Y además el Príncipe tiene que venir y despertarme de un beso –y Maná se moría de risa.
–¿Y quién va a ser el Príncipe, hija mía? No me irás a decir que tiene que ser Atahualpa... –y yo me puse un poco colorada pero no me importó.
–¡Pues claro!, ¡quién va a ser! ¿Puedo hacerlo...? –y yo le dije que sí, que por supuesto.
–Es tu fiesta y tu cumpleaños. Además, eso es una cosa como de teatro, y Atahualpa y tú ya os habréis dado algún beso, ¿no?
–Bueno, sí, alguno... –y como yo estaba friendo pescado, Crucita vino y me abrazó un poco por detrás, me cogió por la cintura.
–¿Qué haces?
–No, nada, déjame –y me abrazó un poco más y apoyó la cabeza en mi cuello...
¿En qué estaría pensando...? Yo le dije,
–Oye, ¿sabes que se te han puesto las tetas muy duras?
–¿Síii...?
Su voz sonó un poco asustada.
–Sí, ¿no...? Bueno, como a tu madre...
–¿Sí...? ¿Ella las tenía así?
–Pues sí, algo así –y yo dejé la espumadera y, mientras se apretaba a mí, le dije quedamente,
–¿Sabes otra cosa?
–Qué.
–Pues que a las mujeres se nos ponen las tetas duras cuando empezamos a funcionar.
–¿A funcionar?
–Sí. Sexualmente, claro –y Crucita se soltó un poco y me miró.
–Oye, pero yo no he hecho nada, ¿eh? –y yo me reí y le di un beso.
–Ya lo sé, mujer. ¿Tú no sabes que los mayores notamos esas cosas? –y Crucita me miró con sorpresa.
–¿Sí...? ¿Tú lo notas?
–Pues claro –y allí ya me agarró del todo y se rió.
–Bueno, niña, ¡para, para...!

* * *

Los amigos de Monticola eran, Serafín, el paraguas y Juanito Barbarroja.
–Oye, ¡pero si tienes la barba roja de verdad!
–Pues claro, hija. ¿Tú qué te creías? –y Crucita le miró arrobada durante un instante.
–Oye, ¿y no vas a poner más gallinas?
–Sí, claro, pero en otoño, y esta vez las voy a cercar con trampas eléctricas. Si alguien entra a robarlas a lo mejor se electrocuta.
–¡Eso...! Pero vaya faena, ¿no?
–Pues sí, pero qué le vamos a hacer...
–¿Y no las has encontrado?
–¡Huy, encontrarlas...! Se las habrán comido; se las comieron en Navidad y todavía deben de estar haciendo la digestión. Es que eran muchas, ¿eh?
–¿Y no las vendieron?
–Pues sí. Seguramente las venderían, pero yo no me he enterado.
... y Monticola, en un aparte, me dijo,
–¿Tus amigas son ligeras de cascos?
–Oye, ¿por qué no se lo preguntas tú?
–No, ¿cómo les voy a preguntar yo semejante cosa? Yo no soy ningún grosero.
–Bueno, ¿pues entonces...?
–No, es que es para saber a qué atenernos. Es que estos dicen que qué pasa...
–¿Que qué pasa? ¡Vas a ver tú lo que pasa...! Para empezar, Marisa me ha dicho que le encanta tu amigo Barbarroja.
–¿Sí? ¡Qué bien! A ver si esto va a resultar una fiesta de verdad...
... porque estuvimos en el campo casi una semana. Mejor dicho, hubo quien estuvo casi una semana, Atahualpa, por ejemplo, y Palmira y otra niña de la que he olvidado el nombre.
–Era Rocalunar.
–Bueno, eso.
Mis amigas estuvieron menos, estuvieron sólo dos o tres días, pero lo pasamos de película. ¿Saben ustedes quiénes eran mis amigas? Pues mis amigas eran unas profesionales de verdad, ¡qué decir de Armiña, por ejemplo!, unas profesionales de tomo y lomo, de las que saben cómo se pone una mesa para ricos y cómo hay que disfrazarse para que parezca que acabas de llegar de Australia, que era justamente lo que andaban buscando los amigos de Monticola. Nos falló Edelmira, que era la que mejor estaba de las tres, aunque las otras tampoco estaban mal.
–Pero, Edelmira, ¿por qué no te cambias el nombre?
–Déjalo, si a mí me da igual.
–Hija, es que antes de verte no sabe una con qué se va a encontrar.
Pues Edelmira no vino porque no pudo, pero me llamó por teléfono a última hora.
–Compréndelo, Nastasia. Es que esto son doscientos papeles...
–Ya, hija, déjalo, que no importa. Ellos son tres, pero yo creo que con dos se apañarán. Son algo mayores.
–Oye, que bien que lo siento...
–Que no pasa nada, que da igual. Bueno, ya te contaré –y acabamos riñéndonos.
–Bueno, tía, que te den pol culo.
–Eso, y que Dios te oiga.
... porque mi amiga Edelmira es una tía genial. Lástima que no estuviera en aquel lance, que hubiera disfrutado muchísimo con la fiesta en el bosque y los niños..., ¡con lo que le gustaban!, pero ya se sabe, el curro es el curro y hay que trabajar, que las pelas..., y los niños a los que me refiero no se enteraron de nada. Bueno, sí, se enteraron de que hubo bastante trasiego, pero de lo que pasaba dentro de las habitaciones, de nada. Además, ni se lo podían imaginar. A esa edad uno no se imagina esas cosas, ni le interesan, y nosotros fuimos de lo más discretos. A mis dos amigas las coloqué en los mejores cuartos, los que tenían mirador, y les dije,
–¿Qué os parece?
–Pues que esto es Jauja. Si llego a saberlo vengo aunque no me pagues, y los chicos son muy divertidos. ¿Has visto cómo nos han mirado...? ¡Ja ja! Oye, ¿tú les has dicho algo?
–No, yo nada. Que sois mis amigas. Tú acabas de llegar de Australia, tú trabajas en una ONG y ahora estáis de vacaciones. Eso es todo lo que necesitan saber, ¿vale?
–Vale. ¡Qué bien!, ¿no? ¡Me encanta...!
... y no sé cómo acabaría la cosa, pero solas no durmieron.
–¿A que no, paraguas?
–Téngalo usted por seguro, señora duquesa.
–Con dos para tres ya tendréis, ¿no?
–¡Hombre, por supuesto, que ya van pasando los años...!
Bueno, y a los niños, cinco en total, dos chicos y tres chicas, porque a última hora apareció un amigo de Atahualpa que pretendía no sé si a Palmira o a Rocalunar..., eso, bueno, pues los acomodamos en el desván. Era un desván postmoderno y corrido muy grande, y en él había seis camas, tres en cada extremo. Yo me dije, ¿cómo se lo montarán estos?, ¿cómo dormirán?, y si tengo que decir la verdad, no sé qué pasó pero hicieron poquísimo ruido durante aquellos días, estuvieron de lo más discretos, se ve que eran chicos bien educados. Sí, al principio siempre había un poco de bulla, pero luego se dormían, o lo que fuera, y ya no se oía nada.
El Rockero y sus amigos subieron la primera noche con todos los almohadones que había en la casa.
–Oye, pero al que le dé una almohada se tiene que caer al suelo como si estuviera muerto y ese ya ha perdido.
–Vale, ¿pero si sólo te roza...?
–Bueno, si sólo te roza estás herido, ¿vale?
–¡Eso, venga...!
... y durante cerca de media hora se oyeron toda suerte de carreritas, correrse de camas, gritos histéricos y ahogados, sonoros almohadonazos y demás manifestaciones que suelen acompañar a uno de estos catastróficos acontecimientos. Se lo debieron de pasar muy bien, y cuando bajaron, los mayores, bastante sudorosos, por cierto, y comentando la batalla a grito pelado, le dije al Rockero,
–Oye, ¿y tus amigos?
–Qué.
–Pues que cómo se lo van a montar.
–Ah, creo que van a organizar una timba.
–¿Sí...?
–Sí, con tus amigas. ¿Quieres jugar tú también? A ti te gusta bastante eso del juego... –y yo me quedé un poco así.
–Hombre, jugar no sé..., pero verlo un rato sí, ¿no? ¿Vamos a verlo?
... y, efectivamente, en una de las habitaciones habían puesto una camilla en medio y allí estaban los cinco, todos fumando y bebiendo al lado del mirador abierto. En aquel momento estaba empezando la partida.
–¿Queréis jugar vosotros también?
–No, veníamos a ver si teníais bastante de todo.
–Sí, servidos, pero quedaros un rato, ¿no? Tomaros unas copas...



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Lo dicho: hasta dentro de quince días.

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