jueves, 17 de mayo de 2012

En una playa africana


Este es un trozo de uno de mis libros (el denominado Dios conmigo, ambientado en la Edad Media), y refiere cómo un personaje de fines del siglo XII, en el curso de sus aventuras se bañó en el Atlántico africano, seguramente por la parte sur de Marruecos.

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[...] y una vez que hubimos instalado el campamento en una solitaria ensenada de aquella costa, lugar en el que comenzaba un larguísimo arenal que se prolongaba hasta el lejano horizonte, tras dejar allí la tropa y recomendarles que me aguardaran...
...comencé a caminar por la playa hasta que perdí de vista a mis acompañantes. Hacia cualquier lado que mirara sólo veía la roja tierra de la ribera y el mar, pero al fin, armándome de valor, bajo el sol me despojé de todos aquellos atalajes y con suma precaución me dirigí hacia las alborotadas aguas marinas. No eran aquéllas mansas como las del Mare Nóstrum que conocí una buena tarde y tantas veces te he narrado, sino encrespadas por la fuerza de los constantes vientos, pero deseando dejar atrás cuanto antes mis dolencias, con infinitas precauciones y no sin haber rogado a Dios que me conservara a salvo en lo que pretendía, me introduje en su seno, en donde permanecí durante largo rato dejando que las tumultuosas olas me derribaran una y otra vez. No pienses que resultó incómodo, pues antes al contrario disfruté como nunca con el contacto del agua salada, y a cada momento creía percibir que seres de ese mundo, los tritones y nereidas que lo habitan, me acompañaban en mis torpes evoluciones. Tan sólo eché en falta tu presencia, que bien seguro sé que hubieras disfrutado en aquel lugar solitario como disfruté yo.
Más tarde anocheció con los mil colores del ocaso, pero no me apeteció volver al campamento sino permanecer allí, bajo el cielo de un lugar extraño, y observar fenómenos celestes en los que quizá encontrara alguna novedad. No fue tal el caso, pues acudieron las lumbreras del cielo que conocemos y todo pareció transcurrir dentro de la mayor de las armonías, aunque quizá mi vigilia fue favorecida por un mayor número de estrellas errantes. Aproveché las horas nocturnas para repetir mis inmersiones, y cuando amaneció me sumergí por última vez, y al mismo tiempo de ver nacer desde las aguas el astro rey pensé que aquellos achaques, aquellos sudores fríos que durante días me habían mantenido lisiado, se los habían llevado los habitantes del mar, por lo que les estoy agradecido. Después, sintiéndome totalmente curado, me rehice en mis vestiduras y me dispuse a presentarme de nuevo ante mis semejantes.
Dame noticias de nuestros hijos por este mismo conducto, y cuéntame cómo va todo y si ha sucedido alguna novedad que deba conocer. Nuestra travesía no se dilatará mucho más, pues lo que vinimos a tratar está cumplido y es seguro que en breve regresaremos...

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