domingo, 15 de febrero de 2009

A la negra la rescatan del fondo del mar

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"La aventura de las luces azules" es la continuación (y final) de "Europa barroca" , novelas en las que se describen aventuras sin fin en escenarios de todas las clases, desde la tierra firme y sus humeantes ciudades al más profundo de los océanos. Como dice la negra (la protagonista) al final del libro,
"... pero ahora ya acabo porque sé que lo que ustedes querían era que les narrara lo que sucedió con esta historia, cómo acabó esta historia, misión cumplida, y esto lo digo excusándome por haberme ido tantas veces por las ramas. Todo ello se lo dicté a la máquina, y espero que no haya puesto muchas faltas de ortografía, aunque si las ha puesto, ¿qué importa?, se entenderá lo mismo porque este fue un grandioso drama per música profusamente orquestado, una historia complicada y sinuosa sobre criaturas que heredaron diversas clases de sabidurías, un tipo confuso y contradictorio aunque cabal habitante de su tiempo, un cachalote del océano Atlántico, un dentista que vivía en un cometa y yo misma, una negra como cualquier otra. También aparecían las familias y los novios y novias de todos, y las pasiones incontroladas; aparecían hasta los extraterrestres, y dicho así parece de risa...".

(Espero que la parrafada anterior sea una buena descripción de lo que más arriba dije).

A esta chica, que ha pasado quince años en el fondo del mar, la sacan de su cárcel los extraterrestres, puesto que los humanos son incapaces de ello, pero –no nos confundamos– unos extraterrestres muy particulares, puesto que nunca se les ve. Hacen un par de milagros y para de contar, y quien se tiene que enterar, se entera; los demás no se dan cuenta de nada, como de costumbre. Pues el caso es que cuando tal sucede, mientras acontece este episodio del rescate, aparte de otras muchas cosas se dice lo siguiente:

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Mi pánico era tal que me caía y me levantaba sin saber por qué ni cómo. Durante un buen rato algo o alguien pareció perseguirme y asaetearme con sus flechas luminosas, pero luego los chispazos se ordenaron siguiendo patrones en movimiento continuo y se concentraron en puntos que giraban y giraban alrededor del centro del Universo; todo esto sucedía en medio de la habitación. Al final sólo era un punto, y todo giraba alrededor de él. ¡Aquel sí que era el Centro del Universo, y todas las luces confluían en el lugar que ocupaba! ¿Era uno de los legendarios agujeros de gusano de que hablaban los físicos...?
Yo estaba en el fondo del mar, tan tranquila, y ahora, de repente y merced a fuerzas que nada tenían que ver con los terremotos, aunque puede que sí con el fin del mundo, ¿alguien me llevaba hacia uno de los más insondables misterios de la materia...? No, yo no creía tal, sino que la explicación debía de ser mucho más sencilla, pese a que el tobogán de fosforescencias se extendiera hasta el infinito..., porque eso fue todo lo que pude ver durante un instante, aunque luego también se borró y el fragor de las sierras mecánicas decreció simulando irse hacia el horizonte de sucesos y esconderse tras él. Las tinieblas, el silencio y la desaceleración más cruda y repentina parecieron adueñarse del lugar en que me encontraba, y tan sólo aquel punto brillante ...
Esto era lo que yo pensaba, allí, flotando, al fin sentada en el suelo, con las manos apoyadas atrás y mirando confiada y atentamente al centro de la habitación, un lugar en lo alto, el Centro del Universo...
–Ven ahora, Salvador de los Gentiles... ¡Cristianos, grabad este día! –me dije por último y con admiración, porque esta fue otra de las muchas ocurrencias que tuve en momentos tan críticos.
Aún hubo un rato de oscuridad total en el que el estruendo que me había acompañado desapareció por completo y mi cerebro pudo volver a estabilizar sus funciones, y luego, en medio del repentino silencio, un extraño resplandor grisáceo comenzó a extenderse por las inmediaciones y el agua negra que había más allá del cristal se tiñó de azul oscuro. Era difícil verlo porque la nueva luz era muy tenue, pero como aumentaba y aumentaba, al cabo de un momento no me quedó duda: mi camino me llevaba directamente a los dominios de Pedro Botero, la más cercana a mis latitudes orilla de la laguna Estigia. ¿Aparecería de un momento a otro Caronte con su barca y su pértiga de gondolero más allá de la ventana, o aparecería algo peor...?, pero quien apareció no fue Belcebú con su tridente, su rabo y sus patas de cabra, sus cuernos y su mirada de psicópata. Las que repentinamente aparecieron fueron las plantas, los bulbos, los racimos oscuros y marrones, el mundo vegetal, las algas rojas. Aparecían como antes los peces, pero muy despacio y reposadamente. Trozos de algas teñidas de rojo se asomaban por la pared de agua y permanecían allí colgando durante un instante. Los racimos entraban y salían y yo las miraba sin entender qué era aquello ni qué estaba sucediendo, aunque de repente me dije,
–¡Las algas...! Sólo hay algas por encima de quinientos metros y hace un momento estaba tres kilómetros por debajo de la superficie. Sí, ya sé que vamos hacia arriba, lo noto en todas las articulaciones. Vamos hacia arriba, pero ¿tan rápido? ¿Cuánto tiempo ha transcurrido...? Da igual, esto son algas y no hay algas en el fondo del mar. Las primeras deben ser rojas, oscuras, y éstas lo son... –y entonces, como si la revelación llegara descendida de lo alto, lo entendí .
El resplandor que creí anuncio del Infierno no era tal, sino la escasa luz del sol que podía penetrar hasta aquellas profundidades. Lo había olvidado, pero todo acudió impensadamente a mi cabeza.
–Si esto fuera así, negra, si esto es así –me dije–, y parece que lo es, ¿qué va a suceder ahora...? La luz será amarilla dentro de un momento... No, antes será verdosa, y mira, ya lo es, ya tiende a clarear, y dentro de muy poco tendrá un tinte anaranjado... ¡Levántate, no te quedes ahí tirada! No sabes el cómo ni el porqué, pero La Luz se está haciendo –y como la velocidad decrecía y casi me sentía flotar, me puse en pie sin dificultad y me preparé, temblorosa y expectante, para asistir al último acto del retablo de las maravillas.
Luego ya no sucedió nada más. Sólo que, de repente, tras todos aquellos cambios de color, la luz aumentó tanto que la boca se me abrió involuntaria y me tuve que tapar los ojos con las manos, y de la única manera que pude, es decir, entre mis dedos y por el cenagoso cristal, a través del turbulento observatorio, mi gran ventana al mundo exterior, observé cómo lenta y tenuemente la gran masa de agua verde y luminosa volvía a salpicar el cristal y a chapotear en las paredes, y aquella línea blanca, fina y burbujeante, la por tanto tiempo esperada línea de la superficie, el lugar en donde el agua y la atmósfera se abrazan, pausadamente comenzaba a atravesarla, y aparecía entre nieblas y manchones de turbios y adheridos materiales cenagosos el inconfundible azul, el antiguo color azul, el casi olvidado azul del cielo terrestre.

EL MÓDULO TRES SURGE DE LAS AGUAS
Los altavoces de la plataforma voceaban como nunca lo habían hecho. ¡Ahí va!, ¡ahí va nuestra prisionera marina de tantos años!, ¡elevemos los ojos a lo alto!, ¡aleluya!, ¡¡aleluya...!! El pánico colectivo en la superficie se desató de tal modo que todos aquellos seres ateológicos, los científicos, todos aquellos seres que decían creer sólo en lo que medían, rendidos ante la evidencia cayeron de rodillas en sus respectivos lugares y unos se pusieron a temblar, otros comenzaron a reír y la mayoría empezó a rezar a toda velocidad. Esto me lo contaron luego algunos, una vez que hubo transcurrido cierto tiempo.
–Yo, cuando vi todo aquello, cuando vi al módulo tres salir del agua lentamente y elevarse por los aires, abrí la boca, me caí al suelo sentado y me eché las manos a la cabeza sin poder apartar la mirada. ¡Adiós, Newton!, me dije, ¡adiós, Einstein!, ¡adiós todo! ¿Qué es esto...? Yo buscaba y rebuscaba porque por algún lado tenía que haber algo, por algún lugar tenía que haber una grúa o por algún lugar tenía que haber un avión, pero es que allí no había nada, no había nada, y si lo hubiera habido yo habría estado enterado. Yo nunca he creído en milagros, esas cosas siempre me han hecho mucha gracia, pero es que aquello..., y después empecé a reírme, al principio flojo pero a cada momento más fuerte, más alto, y me quedé allí sentado, en el suelo, con las manos pegadas a la cabeza, durante diez minutos, sin pestañear, sin poder dejar de reírme, sin poder apartar la mirada de aquel objeto que nos sobrevoló y luego se alejó hacia occidente mientras el griterío generalizado, y la mayor parte de la gente gritaba de pánico, aumentaba y aumentaba...
... sí, mientras los turistas que habían ido en el mega tour, desde sus barcos de colores, atónitos ante un espectáculo por el que no habían pagado, veían surgir de las aguas en aquella primera mañana del nuevo verano, y elevarse sobre ellas, a mi autobús, mi módulo tres, al que colgaban excrecencias marinas por todos los costados, casi oculto por los sargazos y las caracolas, escamas fósiles y restos de minerales, chorreante cieno de los fondos marinos, dientes de todos los peces que a mi lado murieron... ¡Qué espectáculo no les daríamos...! ¡Se debieron de hartar de hacernos fotos!

(continuará, pero de momento puede echar una ojeada a esto ).

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