miércoles, 29 de febrero de 2012

Nuevo libro llamado "Ojos azules"



Me he sacado de la manga un nuevo libro, que no es mala manera de comenzar un nuevo año. En realidad no es que me lo haya sacado de la manga, sino que he dedicado el 2011 entero a escribirlo.
Por sus páginas desfilan flores, omómidos, australopitecos, neandertales (hasta aquí antecesores de las personas), nómadas, agricultores, guerreros, fenicios, romanos, bárbaros, clérigos y nobles, piratas en Tierra Firme, venecianos dieciochescos, especímenes del Homo ludens y androides, y cada uno de ellos cuenta su particular aventura..., o lo que es lo mismo, es un libro compuesto de episodios en el que, a muy grandes rasgos, se describe la evolución de nuestra especie.
Al principio se llamaba Eslabones de una cadena, y poco después Cómo hemos llegado hasta aquí (dado que es una sucesión de aventuras, también lo podría haber titulado Cuadros de una exposición), pero como todo lo anterior me parecía muy complicado y lo que engarza las diversas historietas es el hecho (esto son las leyes de Mendel) de que sus protagonistas, que descienden unos de otros, tienen los ojos azules, al final (un mes antes de acabar) le cambié el nombre y con ese (Ojos azules) se ha quedado.
Aquí debajo pongo un par de páginas del texto. Es el final de la aventura de los australopitecos, famélicos seres que, hace cinco millones de años y en las orillas de un lago, andan buscando cualquier cosa que les sirva de merienda.

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Australopitecos en las orillas de un lago (final)

[...]
A media tarde, cuando los rayos del sol declinan hacia el ocaso y el tropel de desconfiados seres comienza a preludiar la retirada hacia los cuarteles nocturnos, un nuevo golpe de suerte que completará tan provechosa jornada surge inopinado ante sus ojos. En el embarrado fondo de una de las angosturas que festonean las aguas lacustres se muestra, descarado y reciente, un sucio y monstruoso nido semejante al que acaban de devastar. Sin embargo, algo retiene a aquellos seres famélicos, que lo contemplan indecisos desde las peñas que circundan el lugar. Debajo de ellos reposa el deseado trofeo blanco y oval, inmóvil, a su inmediato alcance, pero ninguno se atreve a dar el primer paso y ventean el aire como si temieran una asechanza. Dudan, y alternativamente dirigen su mirada hacia el nido y el cielo, pero es tal su privación que al fin uno de ellos, seguramente el más hambriento, harto a regañadientes se descuelga por las rocas hasta casi rozar la charca, y alargando uno de los brazos intenta alcanzar el huevo más próximo. No lo consigue, y tras contemplarlo frunciendo los ojos y torciendo la cabeza repetidamente, regresa con prisa junto a sus expectantes compañeros en lo alto de la peña.
Es entonces el joven de pelo rizado quien toma la iniciativa. Resoplando con vigor desciende por la pared de piedra hasta el fondo del embudo y se arroja de pie a la poza. Allí mantiene precariamente el equilibrio, pero ahora los huevos están a su alcance, y tomando el más cercano hinca en la cáscara los dientes con avidez. Desde su interior se derrama la apetecida sustancia, cuya mayor parte cae sobre el agua cenagosa, y él levanta la vista hacia los demás, que le contemplan anhelantes, con un malicioso ademán de triunfo..., pero he aquí que la naturaleza, tan generosa en ocasiones, se muestra pérfida y cruel en otras, y nuestro personaje –héroe de aquel día, que dijimos– siente de improviso cómo bajo sus pies se descubre una oculta y quién sabe cuán profunda sima...
–El suelo no existe –piensa entre nieblas–, sino sólo la amarillenta sustancia capaz de saciarme. Es hora de absorber los dones que a costa de sudor y lágrimas de sangre encontramos los más fuertes, los más capaces...
Sus pies se hunden imperceptiblemente en el viscoso asiento, y mientras toma con avaricia otro de los huevos y lo tritura ruidosa y apresuradamente, algunos de quienes desde arriba le observan comienzan a darse cuenta de que algo no va bien. La inmovilidad los atenaza, y sus bocas permanecen abiertas por el asombro, pero de ellas sólo brotan apagados estertores en los que puede advertirse la alarma.
Un significativo burbujear surge de la laguna, y quien se deleita engullendo con regodeo la amarillenta y monstruosa yema se tambalea hasta casi perder el equilibrio, aunque se rehace, y con gesto feroz toma un nuevo huevo y lo levanta hacia el cielo. Luego, mientras se hunde en la ciénaga hasta las rodillas, lo estrella con rabia contra su cabeza dejando que los líquidos que contiene le chorreen cuerpo abajo, y al fin, tras soportar impávido y atragantado la avalancha, emite un ruido agudo y discordante que recuerda a la estúpida risa de los borrachos.
Los que observan la escena, antes envidiosos pero ahora enmudecidos, rebullen a cada momento más inquietos, y luego, como obedeciendo a una señal, prorrumpen en un coro de gritos desesperados que presagian la catástrofe final.
Ya el agua polvorienta llega hasta la cintura de quien en ella está sumergido, pero nuestro personaje ha entrado en un rapto de enajenación que le impide darse cuenta de lo que sucede. Arrebatado por una emoción difícil de definir, y ofuscados sus sentidos ante los elementos que le aferran, encadena histéricos e irracionales movimientos que recrudecen su comprometida situación, pues atiborrado por el hartazgo de la deseada sustancia, atropelladamente destroza los huevos acompañado de mayúsculo desenfreno, y mientras vociferando los tritura y disemina la sustancia en las aguas, otros se los arroja por encima y deja que el contenido se derrame sobre sus hirsutas y ensortijadas greñas. Su cuerpo se hunde a cada nuevo golpe en el charco de barro que parece absorberlo, y pronto no es sino la cabeza y los hombros y los brazos alzados al cielo lo que sobresale de la marisma.
Es aquella escena de gran confusión, y a la vez que el accidentado se debate desesperada e inútilmente, los espectadores se encogen y ni por asomo se les ocurre prestarle la necesaria ayuda, y mientras unos descienden de la peña por la parte trasera y clamando como energúmenos se internan en la espesura, otros se agrupan sobre ella y desde allí contemplan huraños y retraídos el último acto del infausto y disparatado drama.
Al final, entre burbujas y espumarajos desaparece en el barro la última mano gesticulante manchada de yema y sólo quedan delatoras trazas de color amarillo que flotan durante unos instantes sobre el agua turbia, y quienes desde la peña aún observan lo sucedido, olvidados al instante de la tragedia que se ha abatido sobre ellos gruñen de nuevo descontentos y con avidez, pues evocan con precisión las extraordinarias cualidades de la sustancia que irremediablemente se pierde.
Poco a poco se apartan y descienden de la piedra por lugar seguro, y volviendo repetidamente la mirada atrás regresan hacia el bosque, en cuyas fragosidades se encuentra el cubil que frecuentan durante aquellas noches, y cuando el último de los errantes y cariacontecidos seres desaparece entre la fronda, sólo queda el escenario silencioso, las lejanas y traidoras aguas del lago y sus orillas cenagosas, el aún burbujeante charco de barro, la selvática espesura y los pájaros que a todas horas revolotean sobre ella; la naturaleza indiferente, en suma, que nunca cesa en su eterno manifestarse, y es tal la quietud del paisaje, y su inalterable monotonía, que de verdad parece que nada ha sucedido.

1 comentario:

Cara B dijo...

Hola Ramón, soy Manu.

Estos párrafos describiendo a un austrolophitecus eligiendo entre hundirse y morir y afanarse en un manjar impagable es UNA OBRA DE ARTE. El hombre no lo sabe. No tiene planes ni programas, no existe la escritura como morfosintaxis de la cultura material. Solo existe el binomio flexible y cambiante placer-dolor y en eso está.
Cuando todo ocurre y los espectadores, impávidos, siguen su camino y dejan a la Naturaleza su curso silencioso e imparable el corazón del lector no hace sino zozobrar en los terribles lazos darwinianos que en esa era unía a unos y otros.

Nunca pensé que de algo tan rutinario y antiguo (ni siquiera antiguo, sino de otra era) pudiera ser descrito con una estética tan aplastante.

Enhorabuena!!

Estoy deseando dar cuenta de ese libro.